Colombia. La paz está naciendo: El fruto de una familia guerrillera

Cuando Carolina se fue de su casa, la incertidumbre por no saber si estaría viva o muerta agobiaron a Doña Beatriz y su familia. Carolina no le avisó a nadie y los rumores no se hicieron esperar, cada día, desde su partida, Doña Beatriz se preguntó en qué lugar estaría su hija, si tendría hambre o frío y cada uno de esos mismos días encontró consuelo en que Carolina no era “floja” y ya lo había demostrado, no sólo criando a sus hermanos menores, sino también sobreviviendo a lo que significa ser campesino en una Colombia rural olvidada por todos.  Después de todo, el hambre o frío no eran condiciones desconocidas para Carolina, ni para su mamá o sus hermanos.

El vacío que sintió Doña Beatriz por la ausencia de quien fuera su hija y su mano derecha terminó luego de cinco años, cuando Carolina se comunicó con ella para decirle que no sólo estaba viva, sino que estaba bien… y en las filas guerrilleras.

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“Es la decisión de ella, ¿yo qué puedo hacer?” responde sin titubear Doña Beatriz cuando se le pregunta por lo que sintió al enterarse que su hija era miembro de una guerrilla que, para esa época y con el mandato de Álvaro Uribe Vélez se erigía como el enemigo nacional. Faltarían varios años más para que el país se decidiera a ponerle rostro a ese enemigo y se encontrara con que cada unidad de las filas guerrilleras era una historia de campesinos, indígenas y afrodescendientes olvidados por el Estado y marginados por la sociedad.

A partir de esa llamada, Carolina y Doña Beatriz se empezarían a comunicar más frecuentemente; cada seis meses o cada año, Carolina cumplía con reportarse para que su mamá supiera que seguía viva y para preguntar por su familia, así se enteraría también de la muerte de su padre y del asesinato de uno de sus hermanos.  A Carolina le tocó enterrar a sus muertos de manera simbólica, llorarlos en la distancia y continuar en la marcha guerrillera sin mirar atrás y es que ese fue el costo del conflicto para guerrilleros, militares y civiles, no hubo tiempo para el dolor ni para el luto: estaba en juego la vida misma.

Carolina llegó en el 2005 al Frente Séptimo “Jacobo Prías Alape” del Bloque Oriental de las Farc que, hasta hace algunos meses, operaba en los departamentos de Meta, Guaviare y Casanare. Aunque en ninguna de las llamadas pudo decirle a su mamá en qué lugar del país se encontraba, hace un año las Farc consiguieron llevar a Doña Beatriz, desde La Plata- Huila, hasta la Sierra de la Macarena para que pudiera reencontrarse con su hija, quince años después de haberse separado.

Doña Beatriz se encontró con que su hija Carolina, la quinceañera que vio por última vez, no sólo era ya una mujer de treinta años sino que, además, estaba embarazada y próxima a convertirla en abuela.

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En diciembre del 2015, en medio de los Llanos de Yarí, Carolina empezó a sentirse enferma y pasó ocho días en cama luego de consumir por primera vez alcohol en su vida, durante un festejo navideño. Debido a una epidemia de dengue que atacaba a la guerrillerada, asumió que lo suyo se trataba de lo mismo y solicitó a los mandos que le facilitaran medicamentos para tratar la enfermedad. Por suerte, la misma epidemia los había dejado sin reservas y no hubo medicación para darle a Carolina, quien desconocía por completo que en su vientre ya crecía la pequeña Alice Beatriz.

 

Jerónimo, su compañero, le advirtió que lo suyo podía tratarse de un embarazo, posibilidad que Carolina descartó por encontrarse planificando y porque, en medio de las selvas que acogieron durante 52 años a la guerrilla de las Farc, era más viable el dengue o la leishmaniasis que la gestación de una vida nueva.  Sin embargo, para acabar con las sospechas, ambos decidieron hacer una prueba casera que consistía en que Carolina orinara en un recipiente para sumergir una aguja durante 3 o 5 minutos; el saber popular advertía que, en caso de que la aguja se oxidara, el resultado era positivo para embarazo.

La aguja no necesitó los tres minutos para entrar en estado de oxidación y Carolina confirmó las advertencias de Jerónimo quien, como comandante, tenía varios años más de experiencia que ella.

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Carolina era una tropa y Jerónimo un comandante cuando se conocieron en 2006, perteneciendo a unidades distintas del mismo Frente; ella era revista y enfermera, así que se encargaba de las comunicaciones y la atención medica de los guerrilleros que la acompañaban en su unidad.

Jerónimo salió a un curso de mandos durante dos años, tiempo en el que perdió contacto con Carolina. Aunque para esa época ninguno estaba interesado en el otro, al llegar del curso y luego de un combate, Jerónimo resultó herido y se requirió del apoyo de Carolina en su unidad, para que pudiera atenderlo. En medio de la recuperación, ambos empezaron a enamorarse.

Él menciona sonriente que lo que le gustó de Carolina fue su antigüedad y compromiso con la guerrilla de las Farc. Luego de tantos años en la vida guerrillera ambos sabían que, pese al amor que pudieran sentir, el trabajo siempre era lo principal y cuando se tratara de una misión, un cambio de unidad o un enfrentamiento, a nadie le preocuparía que fueran pareja o no. La incertidumbre de no saber si luego de cada salida a combate iban a volverse a ver, hizo más fuerte su amor día a día.

Para Carolina, lo mejor de tener pareja en la guerrilla es que cada uno responde por lo suyo, “no es como en la civil que a la mujer le toca lavarle, plancharle o hacerle de comer al hombre” y ahora que ambos se encuentran en la Zona Veredal Transitorial de Normalización -ZVTN-  a la espera de su paso a la vida civil, saben que tendrán que seguir con las mismas reglas del juego y cada uno responder por lo que le corresponde.

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En Agosto, el mismo mes en el que Iván Márquez y Humberto de La Calle estrechaban las manos celebrando el documento del Acuerdo de Paz, nació Alice Beatriz en el Hospital de San José del Guaviare. Carolina no tuvo dolores pero un día empezó a hincharse y tuvo que ir en búsqueda de atención médica; el día concluyó con una cesárea de urgencia pues la bebé se estaba quedando sin líquido amniótico y estaba en riesgo la vida de ambas.

En el mismo mes Doña Beatriz viajó de nuevo a los Llanos del Yarí, ya no para reencontrarse con su hija la guerrillera, sino para celebrar su nueva etapa de madre, acompañarla durante la dieta y para darle la bienvenida a su nieta Alice.

“Yo no hacía más que pedirle a Dios que esa niña (Alice) fuera la integración de la familia, el cierre de estos años tan dolorosos que hemos vivido”

Los deseos de Doña Beatriz fueron escuchados y, cuando a los guerrilleros de las Farc les permitieron elegir la ZVTN en la que querían pasar los últimos meses de vida guerrillera, Carolina se decidió por Icononzo, en el Tolima, para estar cerca de su mamá, de su hermano y para retornar a la región de la que salió hace 15 años, en búsqueda de la Paz por la vía armada.

Ante el incumplimiento del gobierno con la adecuación de estas Zonas, Carolina y Jerónimo construyeron su propio rancho, con guadua y madera que transportaron desde el Caquetá, para darle a Alice un lugar en el que pasar sus primeros meses de vida que son también los primeros meses de una Colombia en Paz

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