Argentina: Rindieron homenaje a sacerdote asesinado por la Triple A en 1976

Por Lucía Herrera, Resumen Latinoamericano, 19 de febrero 2017.-A 41 años de su muerte en manos de las bandas parapoliciales que formaron la Alianza Anticomunista Argentina, el pasado domingo 12 y lunes 13 de febrero se realizaron en la Capilla Nuestra Señora de Carupá (partido de Tigre, pcia. de Buenos Aires) varias actividades en reivindicación de la vida y la lucha del padre Francisco “Pancho” Soares. Se proyectó el documental “Huellas”, que recorre su historia, hubo ceremonias religiosas, teatro comunitario, y una mateada en la que se compartieron recuerdos y reflexiones.

Cuando el hábito es la lucha

El cura obrero, zapatero, el tercermundista, el villero, peronista de los de abajo, el que andaba en bicicleta, descamisado y con broches de ropa en el tobillo de los pantalones. El que tomaba cerveza en el almacén con sus vecinos. El que refugiaba a los perseguidos. El que con poco y nada improvisaba una misa en un descampado del barrio. El que prestaba la capilla para que se juntaran los muchachos y las muchachas de la JP, no justamente a rezar. El que se solidarizaba, poniendo el cuerpo, con las luchas de los trabajadores. El que se arremangaba codo a codo con los demás para zanjear una calle. El que dio los responsos de varios militantes masacrados por la Triple A, sabiendo quizás que él mismo estaba bajo esa mira. Ese era Francisco Soares, “Pancho”, para la comunidad que a más de cuatro décadas de su cobarde asesinato, lo sigue recordando y homenajeando.

Nació en San Pablo, Brasil, en 1921. Su formación religiosa y sus primeros servicios lo llevaron a distintos destinos en Europa, Chile y Argentina hasta que en 1963 se estableció en la diócesis de San Isidro (pcia. de Buenos Aires). Desde allí pudo desarrollar la tarea que tanto ansiaba: acercarse a los sectores más vulnerados, ser uno más entre ellos y ellas. Pero no para dedicarse a la dádiva o a la liturgia vacía. Influido por las ideas del Concilio Vaticano II, como tantos otros sacerdotes de su generación, “Pancho” entendía que la verdadera labor cristiana estaba en el compromiso con el cambio social.

Cuando se incardina definitivamente en Nuestra Señora de Carupá, elige vivir en ese mismo barrio de calles de tierra y casillas de chapa y madera, habitado por trabajadores de los aserraderos, peones y carreros. Al lado de la humilde capilla, construye con sus propias manos una casita igual a la de sus vecinos. Trabaja como zapatero, y los domingos da la misa. El taller de zapatos crece, incorpora dos obreros más y ya forman una cooperativa. “Aquí nadie es patrón”, decía. De ese germen nace la Comunidad Juan XXIII, y en un terreno donado por un club, inauguran una fábrica de baldosas que dio trabajo a decenas de familias del barrio.

En su declaración de principios, la Comunidad Juan XXIII establece que, ante la realidad que se vive en las “villas de emergencia”, es necesario “ir al encuentro del prójimo (…) desechando todo paternalismo o beneficencia, a fin de que por medio de un trabajo de promoción en los mismos lugares donde aquellos habitan, puedan hallar el cauce que los lleve hacia una vida más digna. No aceptando la estructuración de un mundo en el que los poderosos puedan ejercer la `caridad´, y los necesitados la paciencia”.

 

“Aquí está la Iglesia”

Cuando en 1967 el Papa Paulo VI difunde su Encíclica Populorum Progressio, desde la cual critica el neocolonialismo y el capitalismo liberal, y 18 obispos de países periféricos elaboran un manifiesto que será la piedra fundamental del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, Pancho será uno de los primeros sacerdotes americanos en firmar ese documento. Entre otros puntos relevantes, el mensaje de los 18 Obispos sostiene que “El pueblo tiene hambre de verdad y de justicia (…) Dios no quiere que haya ricos que aprovechen los bienes de este mundo explotando a los pobres. No, Dios no quiere que haya pobres siempre miserables (…) La Iglesia no solamente debe denunciar la injusticia, sino además separarse del sistema inicuo, dispuesta a colaborar con otro sistema mejor adaptado a las necesidades del tiempo y más justo (…) Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido (…) Lejos de contrariarse con él, sepamos adherirlo con alegría, como una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio”.

Para Pancho, inserto como la uña a la carne en las barriadas pobres del conurbano bonaerense, formar parte de ese movimiento implica identificarse con la izquierda peronista, y se convierte en un referente de esa juventud que lucha por “la patria socialista”. Cuando la JP envía a la zona a algunos de sus cuadros políticos, lo van a ver a él. Pancho es quien facilita la entrada en las villas, quien los guía. Así llega al barrio Mario Herrera, cristiano y montonero, con la misión de formar la Columna Norte. Y recuerda entonces César “el Gallego” Nieto, también militante montonero que vivió siempre en la zona, que un día entrando en Villa Garrote con Mario y Pancho, el cura quiso hacer una misa. “Una vecina prestó una mesa y un mantel blanco. Pancho dispuso el cáliz, los objetos para la misa. Y así, a la intemperie, en un campito donde los pibes jugaban al fútbol, dijo: `Aquí está la Iglesia´. Los compañeros estaban muy emocionados. Porque él hablaba de la situación que vivíamos, de la dictadura, la represión”.

No había disociación, para Pancho, entre la prédica y los actos. Con ese mismo espíritu alojó en plena noche a Rufina Gastón y su pequeña hija, amedrentadas tras el secuestro del marido de ella, quien era delegado del astillero Astarsa. En el documental “Huellas”, proyectado durante el homenaje, Rufina relata que la nena, sorprendida por la austeridad en la que vivía el sacerdote, le dice “Padre, cuando yo sea grande y tenga plata, le voy a comprar una casa. Porque esta es muy fea”. “Y Pancho entonces, con mucha dulzura, le hizo un cuento. Le dijo que su casita era como en la que había nacido Jesús”, recuerda Rufina.

 

La sentencia de muerte

Fueron varias las ocasiones en las que Pancho denunció la persecución que sufrían los militantes de la zona. En marzo del 74, durante el homenaje a Manolo Eduardo Belloni y Diego Ruy Frondizi, integrantes de la JP de San Fernando asesinados por la policía tres años antes, Pancho da el oficio religioso. Allí convocó a continuar la lucha “con el ejemplo del Jesús revolucionario, hasta conseguir la liberación de Argentina y luego de la América toda”.

En noviembre de ese mismo año, tras el atentado en el que Montoneros dio muerte al comisario Antonio Villar con la detonación de una bomba en su lancha particular, un obrero del astillero Tarrab (donde se había fabricado la nave) es detenido y torturado. Es Pancho quien presenta la denuncia judicial, aunque la causa no prospera porque la víctima, bajo amenazas de muerte para él y su familia, en su posterior declaración minimiza el hecho.

Pero el suceso que evidentemente será definitorio, es su intervención durante el velatorio y entierro de Luis “Huesito” Cabrera, Oscar “Titi” Echeverría y Rosa María Casariego, los dos primeros obreros navales, ella maestra, quienes fueron secuestrados y asesinados por la Triple A los primeros días de febrero de 1976. Allí también Pancho da un enérgico responso, acusando duramente a los asesinos, y encabeza la procesión rumbo al cementerio. “Esa fue su sentencia de muerte”, asegura Carlos Morelli, ex delegado del astillero Astarsa, cuyo testimonio también forma parte del documental sobre Pancho.

Para entonces, la represión paraestatal se había desatado con furia y con total impunidad sobre la militancia popular, con la complicidad de la cúpula eclesiástica, el empresariado y la burocracia sindical, y el amparo de un gobierno que tenía los días contados. Ya tiempo antes el sacerdote había comentado a algunos allegados que estaba siendo vigilado desde un auto que rondaba la capilla. La madrugada del 13 de febrero, una patota ametralla a Pancho y a su hermano Arnoldo, en la puerta del pequeño templo. Pancho muere en el acto. Su hermano, gravemente herido, sobrevive al ataque pero finalmente fallece tras una larga internación.

 

Memoria, verdad y justicia

Durante el homenaje realizado el pasado domingo, Marcelo Magne, investigador y profesor de Historia, y autor del libro “Pancho Soares, mártir de la Iglesia Profética”, expresó que la intención de los verdugos de Pancho fue “matar el mensaje”, mencionando las palabras de Rodolfo Walsh, cuando el desaparecido periodista habla de las consecuencias del olvido: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”.

“Por eso –subrayó Magne-, lo que tenemos que hacer es seguir trabajando día a día por la Memoria, por la búsqueda de la historia verdadera, porque sino, el día de mañana no vamos a tener antecedentes, no vamos a tener experiencias anteriores, y nos van a pasar por arriba (…) Estamos hablando de un hecho que ocurrió hace 41 años y todavía no fue aclarado, todavía permanece impune”.

El sacerdote Jorge Marenco, actual párroco de Nuestra Señora de Carupá e integrante del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres, señaló también otras complicidades que sostienen esta impunidad: el silencio de la Iglesia y la invisibilización de estos crímenes por parte del Estado.

Al respecto, en abril de 2012, el abogado Pablo Llonto, junto a dos catequistas de la parroquia de Carupá, presentaron la denuncia judicial para dar curso a las investigaciones por el asesinato de Pancho. La demanda señala al área 410 del Ejército Argentino y a las comisarías policiales de la zona como responsables del hecho. Sin embargo aún no hay avances en la causa.

En la búsqueda de la verdad y la justicia por los crímenes del Terrorismo de Estado, lucha siempre relacionada con la memoria, actos como este homenaje aportan mucho a la reconstrucción histórica. Y en esta ocasión con una actividad muy especial, ya que la capilla también fue el escenario para la representación de “Pancho: vida y obra”, pieza teatral escrita por Virginia Baldo, que relata la historia del sacerdote asesinado. Desde su escritura hasta su puesta en escena, esta creación condensa el profundo afecto que despierta el recuerdo de Pancho, emoción muy bien transmitida por los actores y que movilizó intensamente al auditorio.

Como ya es habitual en este tipo de actividades, el cierre fue el grito compartido: 30 MIL COMPAÑEROS DESAPARECIDOS ¡PRESENTES! ¡AHORA Y SIEMPRE!

 

 

 

Fuentes documentales:

-“Pancho Soares. Mártir de la Iglesia Profética”, Marcelo Magne, Ediciones Fabro, Buenos Aires 2015

-“Huellas” documental audiovisual producido por el Colectivo por la Memoria del Padre Pancho Soares. Año 2016. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=89_8jXjys-k

 

 

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