A 20 años de los acuerdos de paz en Guatemala: reflexiones de una ex militante de la guerrilla

Por Gabriela Porras

ex militante de la guerrilla guatemalteca.

Se cumplieron 20 años de la firma de los acuerdos de paz en Guatemala. Gabriela Porras fue militante de la guerrilla en aquellos tiempos de guerra. Pasados estos años, y al calor de debates actuales como el de Colombia, trae sus reflexiones acerca de construcción social de la paz, como desafío que, a más de dos décadas, sigue vigente.

 

La paz es una construcción social, y los acuerdos de paz solo un punto de partida. Hay quienes creyeron que eran el punto de llegada, y los poderes económicos y políticos siguen muy interesados en que la sociedad lo crea así. Así se la inmoviliza, se la acomoda en los lugares inofensivos de la crítica estéril.

 

Una sociedad que no valora la paz, es incapaz de construirla, defenderla, hacer que la justicia social sea una cuestión del día a día, de profundizar en los cambios que esos acuerdos plantearon para hacerlos bandera en cada espacio del que se es parte, y de ocupar nuevos espacios para seguir y seguir construyendo.

 

La finalización de la guerra sin el acompañamiento de la necesaria construcción social y organizada, es tan solo “pacificación”. Sus alcances se limitan a la voluntad (si acaso existe tal cosa) de los poderes de turno para cumplir con la letra de los acuerdos. La realidad no es lo que quisiéramos, la realidad es lo que es. El poder es el poder y no se espera de él: se le arrebata, se lucha por instalar en él las demandas de los pueblos.

 

En la paz, la lucha se hace sin armas, y los acuerdos de paz son -y el movimiento revolucionario lo dijo siempre así- una plataforma de lucha, un plan de acción, una hoja de ruta. Pero la ruta hay que andarla y corresponde a la sociedad toda.

 

La pacificación es necesaria para la continuidad y el desarrollo del sistema de miseria que -dicho sea de paso- originó la guerra. La paz con justicia social en cambio es necesaria para la vida del pueblo, para construir una Guatemala distinta, con nuevas herramientas para una vida en equidad y justicia. La pacificación la hace el poder, la paz la construye la sociedad.

 

El proceso de paz guatemalteco es un ejemplo para otras experiencias en el mundo. Quizá es necesario ver más allá de nuestras propias miserias para valorarlo. Pero la promesa que encierran los acuerdos de paz guatemaltecos (porque siguen teniendo gran vigencia) sólo es posible hacerla realidad con la participación activa de la sociedad organizada, no con organizaciones no gubernamentales haciendo estudios de cumplimiento, con indicadores confusos incapaces de abarcar el sentido profundo de los cambios que Guatemala ha alcanzado a partir de la finalización de la represión masiva, y del enfrentamiento armado interno. Las auditorías, claro está, son necesarias para conocer el camino andado y por andar, pero deben estar en manos de organizaciones activas, críticas, comprometidas más allá de fondos asignados a proyectos que -dicho sea de paso- priorizan aquello que los donantes están interesados en impulsar.

 

Quienes son muy jóvenes para comprender la dimensión histórica del profundo significado de estos 20 años de paz, quienes se sintieron defraudados pensando que la firma de la paz era el fin y no el punto de partida, quienes piden a las generaciones pasadas lo que siempre toca a las generaciones presentes, quienes desde las ciudades no vivieron la escalada de masacres indiscriminadas que el Estado con el ejército y la policía llevaron adelante en el campo exterminando a poblaciones enteras con 200 000 muertos y miles y miles de desplazados internos y externos, mayoritariamente indígenas, o quienes viviendo en la ciudad en los años 80 no supieron o no quisieron ver que las prácticas represivas del Estado hicieron desaparecer a 45 000 personas, por sus ideas, porque luchaban por los derechos, por la justicia, por los demás… puede ser, sí, que no valoren el camino andado.

 

Es por esto tan necesaria la memoria. La memoria que no se escribe en las redes sociales con mensajes cada vez más cortos, cada vez más simplistas. La memoria activa es la que sirve para conocer el pasado y discutir el presente. Sólo así se puede pensar en el futuro.

 

Este nuevo aniversario, con sus números cerrados, sus dos décadas recordando avances, pero también olvidos y retrocesos, deben colocarnos en un proceso de reflexión y análisis, de profunda autocrítica, de miradas profundas y más abarcadoras que nos permitan retomar el camino y lanzarnos a la construcción social, organizada e independiente de financiamientos y fórmulas neoliberales, a la construcción de la paz, firme, duradera y con justicia social.

 

foto de Ricardo Ramírez Arriola

 

 

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