Fidel y el rugido de las lauchas

Guadi Calvo/Resumen Latinoamericano, 30 de noviembre de 2016 – Muchos años antes del 25 de noviembre, muchos años antes 31 de julio de 2006, ya se había escrito y dicho todo lo que se podía decir y escribir sobre Fidel, todo a favor o todo en contra. Ahora, desde que se conoció la noticia, en las primeras horas del sábado, no hubo un solo medio en el mundo, que se haya privado de publicar un panegírico o una diatriba sobre Fidel.

Para sus detractores, sus odiadores consuetudinarios, aquellos que protagonizan un festejo rancio y patético en las calles de la little Havana, de Miami, para quienes se regodean frente a las cámaras de televisión haciendo ruido, tocado bocinas, descorchando champagne, están dando verdadero sentido al término con que se los conoce: “gusanos”, esas pequeñas larvas que emergen de la putrefacción de un cuerpo vivo o muerto, en todo caso, ellos emergen ahora más que nunca, de la putrefacción de sus sueños y sus esperanzas.

Para las estrellas populares, que buscando un gana pan que les de notoriedad, han elegido el odio contra Fidel, como trampolín para la consideración pública. Incluso, algunos intelectuales brillantes, notables escritores, que hasta han alcanzado el Premio Nobel, como es el caso del español Mario Vargas Llosa (el hombre que ha llegado tarde a todos los banquetes de la vida) han dictaminado que la historia no absolverá a Fidel, para todos ellos hay una mala noticia: Fidel ha muerto.

Y con su muerte, termina derrotándolos, en una batalla que llevó sesenta años, sesenta años en que Fidel les hizo marcar el paso, les dio sentido a sus vidas, los marcó para siempre, y ya no a ellos mismos, sino a sus hijos y a sus nietos, que han heredado el odio al cruel tirano, que hoy lloran cientos de millones de personas a lo largo del confundido mundo.

Fidel con su muerte les arrebata el sueño tan anhelado de verlo vencido alguna vez, por lo menos una vez en sus vidas. Muchos de ellos, no tendrán a quien odiar, a quien desearle la muerte, a quien culpar de todo, a quien usar de excusa para esconder su propia mediocridad, su falta de coraje, su cobardía intrínseca.

Fidel se ha retirado invicto, y para aquellos que han larvado su odio, que han acariciado largamente la hora de la venganza, solo les queda la frustración y el fracaso de haber sido doblegados ahora para siempre.

Cada una de las veces, que se lo creyó muerto y salieron a festejar en SW 8th Street, habrán sentido que es cierto, que el Caballo era eterno. Cuando muchos de aquellos que se embarcaron en la trágica locura de Bahía de los Cochinos, en abril de 1961, volvieron derrotados, muertos o tras años de prisión, será difícil creer que la verdadera muerte de Fidel hoy los consuele de algo.

Como tampoco los debe haber consolado, la gigantesca bibliografía, que anuncia el descalabro del Régimen. Quien guste de rebuscar en las estanterías de las librerías de viejo, saben de sobra sobre la cantidad de amarillentas, ajadas y sucias ediciones, que desde los sesenta juntan polvo, tras rutilantes avisos de la proximidad de la caída de la dictadura castrista.  Quizás el más notorios sea: La Hora final de Castro. La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba, de Andrés Oppeinheimer de 1992, quien tendría, si la honestidad fuera uno de sus tantos atributos, que devolver el dinero a quienes han comprado el libro, pues más allá de su tortuosa prosa, la mala praxis, a la hora de intentar escribir un libro de política, consiguió un pésimo tratado de la peor ciencia ficción.

Es extraño que la muerte, a los noventa años, de un viejo muy enfermo, retirado de toda actividad pública hace diez años, en una isla perdida, haya congelado las entrañas del mundo como no se congelaban desde el 11 de septiembre de 2001.

Para quienes hoy festejan la muerte de Fidel, aquellos que suman veloces sus voces democráticas al coro que dirige Donald Trump, aquellos hombres que no han vivido un segundo de épica en sus vidas, para quienes levantaban sus voces inaudibles contra Fidel, cabría la definición que utilizaba, en casos similares,  el poeta Mario Trejo: “Rugidos de lauchas”.

La muerte de Fidel, imprime ese asombro, quizás porque era tan difícil de imaginar la demolición de las torres neoyorquinas, en una clara mañana de septiembre en la capital del mundo, como la muerte de ese anciano en las periferias del imperio.

Es por lo menos patético, no hacer silencio frente a la muerte del hombre,  que lo quieran o no,  ha sido protagonista de la Política Internacional durante más de sesenta años, el hombre que desde una pequeña isla en el Caribe, ha logrado elevarse en la historia, mucho más de los once presidentes norteamericanos que lo debieron padecer. Ni el propio Lenin, ni el propio Mao, conductores de revoluciones que cambiaron para siempre la historia del mundo, alcanzaron la consideración mundial de Fidel. Solo él fue protagonista de tapa de todos los diarios del mundo por el solo y banal hecho de un día haberse puesto una corbata.

Para aquellos que lo han llorado, para los cientos de millones, que han sentido a Fidel, como un líder, como un ejemplo, hay una buena noticia: Fidel no ha muerto, porque ha trascendido su propia existencia. Dentro de siglos, como hoy mencionamos a Alejandro, a Aníbal o a Julio César, sin saber muy bien si fueron positivos o no para su tiempo, durante siglos se nombrará a Fidel.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

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