Frente a la partida de Fidel: La gusanera internacional transparenta la calaña de su pensamiento político

La opinión del gusano Carlos Alberto Montaner

La historia no lo absolverá

Fidel Castro ha muerto. ¿Qué leyenda de 10 palabras hay que poner en su lápida? “Aquí yacen los restos de un infatigable revolucionario-internacionalista nacido en Cuba”. Me niego a repetir los detalles conocidos de su biografía. Pueden leerse en cualquier parte. Me parece más interesante responder cuatro preguntas claves.

¿Qué rasgos psicológicos le dieron forma y sentido a su vida, motivando su conducta de conquistador revolucionario, cruce caribeño entre Napoleón y Lenin?

Era inteligente, pero más estratega que teórico. Más hombre de acción que de pensamiento. Quería acabar con el colonialismo y con las democracias, sustituyéndolas por dictaduras estalinistas. Fue perseverante. Voluntarioso. Audaz. Bien informado. Memorioso. Intolerante. Inflexible. Mesiánico. Paranoide. Violento. Manipulador. Competitivo al extremo de convertir el enfrentamiento con Estados Unidos en su leitmotif.
Narcisista, lo que incluye histrionismo, falta total de empatía, elementos paranoides, mendacidad, grandiosidad, locuacidad incontenible, incapacidad para admitir errores o aceptar frustraciones, junto a una necesidad patológica de ser admirado, temido o respetado, expresiones de la pleitesía transformadas en alimentos de los que se nutría su insaciable ego.

Padecía, además, de una fatal y absoluta arrogancia. Lo sabía todo sobre todo. Prescribía y proscribía a su antojo. Impulsaba las más delirantes iniciativas, desde el desarrollo de vacas enanas caseras hasta la siembra abrumadora de moringa, un milagroso vegetal. Era un cubano extraordinariamente emprendedor. El único permitido en el país.

¿Cómo era el mundo en que se formó? Revolución y violencia en su estado puro. Fidel creció en un universo convulso, estremecido por el internacionalismo, que no tomaba en cuenta las instituciones ni la ley. Su infancia (1926) tuvo como telón de fondo las bombas, la represión y la caída del dictador cubano Gerardo Machado (1933).
Poco después, le llegaron los ecos de la Guerra Civil española (1936-1939), episodio que sacudió a los cubanos, especialmente a alguien, como él, hijo de gallego.

La adolescencia, internado en un colegio jesuita dirigido por curas españoles, fue paralela a la Segunda Guerra (1940-1945). El joven Fidel, buen atleta, buen estudiante, seguía ilusionado en un mapa europeo las victorias alemanas.

El universitario (1945-1950) vivió y participó en las luchas a tiros de los pistoleros habaneros. Fue un ganstercillo. Hirió a tiros a compañeros de aula desprevenidos. Tal vez mató alguno. Participó en frustradas aventuras guerreras internacionalistas. Se enroló en una expedición (Cayo Confites, 1947) para derrocar al dominicano Trujillo. Era la época de la aventurera “Legión del Caribe”.

Durante el bogotazo (1948), en Colombia, trató de sublevar a una comisaría de policías. Los cubanos no tenían conciencia de que el suyo era un país pequeño y subdesarrollado.

Como “Llave de las Indias” y plataforma de España en el Nuevo Mundo, los cubanos no conocían sus propios límites. Esa impronta resultaría imborrable el resto de su vida. Sería, para siempre, un impetuoso conspirador dispuesto a cambiar el mundo a tiros. No en balde, cuando llegó a la mayoría de edad se cambió su segundo nombre, Hipólito, por el de Alejandro.

¿En qué creía? Fidel aseguró que se convirtió en marxista-leninista en la universidad. Probablemente. Es la edad y el sitio para esos ritos de paso. El marxismo-leninismo es un disparate perfecto para explicarlo todo. Es la pomada china de las ideologías. Fidel tomó un cursillo elemental. Le bastaba. Le impresionó mucho. ¿Qué hacer?, el librito de Lenin. Incluso, los escritos de Benito Mussolini y de José Antonio Primo de Rivera. No hay grandes contradicciones entre fascismo y comunismo. Por eso Stalin y Hitler, llegado el momento, cogiditos de mano, pactaron el desguace de Polonia.
Los comunistas cubanos, como todos, eran antiyanquis y estaban convencidos de que los problemas del país derivaban del régimen de propiedad y de la explotación imperialista auxiliada por los lacayos locales. Fidel se lo creyó. Sus padrinos ideológicos fueron otros jóvenes comunistas: Flavio Bravo y Alfredo Guevara.

Fidel no militó públicamente en el pequeño Partido Socialista Popular (comunista), pero su hermano Raúl, apéndice obediente, sí lo hizo. Allí se quedó en prenda hasta el ataque al cuartel Moncada (1953).

Fidel se reservó para el Partido Ortodoxo, una formación socialdemócrata con opciones reales de llegar al poder que lo postuló para congresista. Batista dio un golpe (1952) y Fidel se reinventó para siempre, con barba y uniforme verde oliva encaramado en una montaña. Era su oportunidad. Había nacido el Comandante. El Máximo Líder. Solo se quitó el disfraz cuando lo sustituyó por un extravagante mameluco deportivo marca Adidas.

¿Cuál es el balance de su gestión? Desastroso. Les prometió libertades a los cubanos, los traicionó y calcó el modelo soviético de gobierno. Acabó con uno de los países más prósperos de América Latina y diezmó y dispersó a la clase empresarial, pulverizando el aparato productivo.
Tres generaciones de cubanos no han conocido otros gobernantes durante cincuenta y tantos años de partido único y terror. Extendió la educación pública y la salud, pero ese dato lo incrimina aún más. Confirma el fracaso de un sistema con mucha gente educada y saludable incapaz de producir, hambrienta y entristecida por no poder vivir siquiera como clase media, lo que los precipita a las balsas. Fusiló a miles de adversarios. Mantuvo en las cárceles a decenas de miles de presos políticos durante muchos años. Persiguió y acosó a los homosexuales, a los cultivadores del jazz o el rock, a los jóvenes de pelo largo, a quienes escuchaban emisoras extranjeras o leían libros prohibidos. Impuso un macho feroz y rural como estereotipo revolucionario.

El 20% de la sociedad acabó exiliada. Creó una sociedad coral dedicada públicamente a las alabanzas del jefe y de su régimen. Por su enfermiza búsqueda de protagonismo, miles de soldados cubanos resultaron muertos en guerras y guerrillas extranjeras dedicadas a crear paraísos estalinistas o a destruir democracias como la uruguaya, la venezolana o la peruana de los años sesenta. Carecía de escrúpulos políticos. Se alió a Corea del Norte y a la teocracia iraní. Apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia. Defendió a los gorilas argentinos en los foros internacionales. El 90% de su tiempo lo dedicó a jugar a la revolución planetaria. Deja un país mucho peor del que lo recibió como a un héroe. La historia lo condenará. Es cuestión de tiempo.

 

___________________________________________

Editorial del diario la NACION

La herencia del dictador

27 DE NOVIEMBRE DE 2016
Fidel Castro deja tras sí un régimen embalsamado y un país que colapsó atado a sus delirios
Su profunda marca histórica emula la de otros perversos dictadores del siglo XX

Se introdujo en la historia proclamando ser un salvador –y pudo llegar a serlo–, pero la deja como un destructor: lo que al final fue. Fidel Castro murió el viernes a los 90 años, tras protagonizar un extendido acto de megalomanía política, control totalitario, construcción de mitos, intervencionismo global, parálisis nacional, prestidigitación simbólica, verticalismo, rigidez, simulaciones y arbitrariedad.

Fue sorprendente su capacidad de supervivencia, enorme su impacto en la Isla y fuera de ella, tenaz su obsesivo enfrentamiento a los Estados Unidos, astuta –pero también enajenante– su inserción en la esfera soviética e indudable su capacidad para actuar como un dictador perverso mientras muchos lo reverenciaban y seguían, sobre todo fuera de Cuba, como un revolucionario modelo y actuaban inspirados por su fingido ejemplo o patrocinados por su eficaz logística policial. La última y más aventajada gama de estos discípulos se llaman Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En todos estos sentidos, su figura marcó con profundidad gran parte de la segunda mitad del siglo XX.

Pero las marcas históricas no son, necesariamente, logros; menos redención. A menudo, mientras más profundas hayan sido, más destructivas han resultado: que lo digan Hitler, Stalin, Mao o Pol Pot. Durante los 47 años que Fidel Castro controló el poder directamente y los diez que lo mantuvo atado a su sombra cada vez más moribunda, la economía cubana colapsó atada a sus delirios; la sociedad, atemorizada y controlada, cayó en un eterno y paralizante ejercicio de carencias y magra supervivencia; las libertades básicas fueron borradas con eficaces –y a menudo brutales– métodos de represión. Como si esto fuera poco, miles de cubanos fueron enviados al exterior –incluida Angola– como carne de cañón para alimentar los delirios y compromisos geopolíticos del dictador, y muchos más como parte de brigadas “solidarias” para generar dólares y pagar subsidios –como los de Venezuela hasta ahora– que permitan la supervivencia del régimen. El régimen que deja como legado semeja un cadáver embalsamado.

Los presumidos avances sociales no justifican nada de lo anterior, ni superan los de países como Costa Rica, Barbados o Uruguay, que los han generado y sostenido con respeto a la libertad y los derechos humanos. Peor aún, muchos de los programas educativos o de salud han sido correas de transmisión para la regimentación y el control político; los “logros” señalados por las estadísticas oficiales se separan de las experiencias en el terreno, y la calidad de los servicios ha colapsado al ritmo de una economía atrapada por la improductividad. Lo “social” no puede subsistir sin recursos ni separarse de lo humano, como pretende el régimen.

PUBLICIDAD

El saldo es lamentable. Sin embargo, lo importante, ahora, es el futuro; la gran pregunta si, desaparecida la nube envolvente del achacoso y paralizante caudillo, su heredero dinástico, el hermano Raúl, se decidirá a introducir reformas profundas en la sociedad y –sobre todo– la política. Hasta ahora no lo ha hecho; más bien, apenas ha flexibilizado lo mínimo para dar algún oxígeno a la asfixiada e improductiva economía, aunque también se han abierto espacios para mínimas libertades. Estos han sido aprovechados no solo por quienes buscan cambios reales, sino también por las nuevas generaciones, separadas en sus sensibilidades, ideas y aspiraciones de la “historia” que los marginó, y que buscan, simple y llanamente, oportunidades.

Es probable que la muerte de Fidel Castro libere atavismos paralizantes y abra el camino para cambios relevantes y constructivos. Así lo deseamos, para bien de los cubanos. Pero también es posible, aunque menos probable, que genere el endurecimiento de quienes temen que el poder se les vaya de las manos. Tampoco puede descartarse que tras la liberación psicológica que implica la desaparición de un patriarca represivo, se generen demandas ciudadanas abiertas por mayor libertad.

El viernes en la noche, al comunicar su muerte, Raúl Castro anunció que su hermano será convertido en cenizas. Puede haber muchas razones personales y hasta políticas que justifiquen la decisión. Pero tras ella se esconde también un revelador simbolismo: el de la destrucción deliberada. La Cuba floreciente, próspera y abierta que pudo haber sido si Fidel Castro hubiera mantenido sus promesas de libertad, justicia, independencia y progreso, es hoy un país arrasado por una historia que, lejos de absolverlo, como proclamó en un discurso pronunciado en 1953, lo condenará tanto como lo condena el presente.

___________________________________________

 

80161_800

_________________________

Un día entero de fiesta sin fin en la Pequeña Habana

____________________________

Fidel Castro fue todo menos un valiente

 (de El Nuevo Herald, de Miami)

You must be logged in to post a comment Login