Cuba / Crónicas del bloqueo: un deseo, un héroe

Por Laura V. Mor, Resumen Latinoamericano Cuba,  2 de noviembre de 2016.- Quizás no haya situación más movilizadora que encontrarse en un hospital rodeada de niños, gesticulosos y alborotados como todos, pero con la particularidad de tener que pelearle a la vida día tras día, a un paso por vez, con la entereza digna de gigantes. Si ese hospital es el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología – el   Oncológico de La Habana como lo llama de manera sencilla el pueblo-, la movilización de sentimientos es aún mayor.

No es por mero chovinismo, sino porque sabemos que ese hospital que asiste y contiene en su Sala de Pediatría a niños y niñas con cáncer, está bloqueado y no por cualquier país, sino por la mayor potencia del mundo, el nudo en la garganta se hace grande.

Cualquiera que haya visitado alguna vez un hospital de niños que padecen esta terrible enfermedad en cualquier país del mundo se ha sentido entrecruzado por diferentes sentimientos y ha podido aprender a valorar lo importante: la vida.  Cuando el hospital visitado es cubano se adicionan dos sentimientos más: la indignación y el orgullo. Indignación al palpar que un Estado que intenta autodenominarse “la democracia del mundo”, al mejor estilo Tocqueville, no repare en el camino de sus intereses político-estratégicos ni siquiera en situaciones como esta.  Orgullo al apreciar con tus propios ojos aquello que alguna vez te han contado: como médicos y enfermeras intentan suavizar las afectaciones del bloqueo en estos pequeños pacientes, “resolviendo” como dicen los cubanos, inventando con lo que se consigue aquello a lo que la extraterritorialidad de esa ley prohíbe, desde esa inmensa humanidad que bien decía Martí es Patria.

Osvaldito, un niño alegre, extrovertido y risueño, encontró en el Oncológico de La Habana, como le llaman familiarmente, su segundo hogar.  Él  tenía un deseo, expresado con esa ilusión contagiosa que solo tienen los niños: conocer a los Cinco.

Los Cinco, como se los conoce mundialmente a Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, René González Sehwerert y Fernando González Llort, han pasado dieciséis largos años prisioneros en cárceles de Estados Unidos acusados de conspiración para cometer espionaje, cuando en realidad su misión fue alertar sobre los planes terroristas de organizaciones criminales asentadas en Miami, cuyo único objetivo era (y continúa siendo) atentar contra Cuba y la Revolución a cualquier precio, provocando varios miles de pérdidas humanas.  Desde aquella histórica aseveración de Fidel cuando dijo decidido a su pueblo: “sólo les digo una cosa: Volverán!”, este heroico pueblo luchó junto a movimientos y organizaciones solidarias de todo el mundo para visibilizar la injusticia que se estaba cometiendo contra estos cinco cubanos en pos de su liberación, situación que como era de esperar fue acallada por la prensa hegemónica, funcional a los intereses de Washington.

Osvaldito es parte de ese pueblo y con sus apenas doce años sabe lo que es la injusticia. Cuando él nació los Cinco llevaban seis años prisioneros, ya habían pasado diecisiete meses incomunicados en el llamado “hueco”, la administración yanqui había pagado a la prensa para manipular a la opinión pública y Gerardo enfrentaba dos sentencias a cadena perpetua.  Creció con la constante negación de visado a Olga y Adriana,  con la imagen viva de un pueblo entero movilizado por una causa justa.  Cuando cumplió su primer década, los Cinco llevaban dieciséis años presos, más de la mitad de la vida de Osvaldito y fueron liberados ante la emocionada bienvenida de toda Cuba.

Años después Osvaldito volvió a sentir la injusticia, esta vez mucho más de cerca: le diagnosticaron cáncer y su mundo conocido se desmoronó.  No solo debía afrontar una enfermedad grave, sino enfrentarse al mismo bloqueo al que cada familia cubana se enfrentaba día a día por 55 largos años.  La identificación con aquellos cinco Héroes que estuvieron dispuestos a dar la vida por defender su país y esa Revolución que, a pesar de las dificultades, garantiza su tratamiento y el mejoramiento de su calidad de vida se hizo casi inevitable. Si ellos resistieron y vencieron, él también podría hacerlo.

Ver su carita emocionada corriendo por los pasillos del hospital al encuentro de “su” Héroe es una de esas experiencias que difícilmente podamos olvidar.  Presenciar el cariño que rebasaba el abrazo con Gerardo, con sus ojos aún incrédulos de lo que veían, es una de esas cosas que vale la pena vivir.  Parecía como si por un momento pudiese olvidar su padecimiento, las dificultades que genera el bloqueo genocida a un área tan vital como la salud, para disfrutar con su segunda nueva familia, la del hospital, su deseo cumplido.

Pero las apariencias engañan.  Osvaldito no podrá jamás olvidarse ese día, como tampoco se olvidará cuando crezca que el bloqueo económico, comercial y financiero ha impedido que pueda enfrentar mejor su enfermedad. A su corta edad no entiende de macroeconomía ni de política, pero sabe muy bien quienes son los buenos.

Él tal vez no sepa que el bloqueo afecta a su familia en cada cosa cotidiana, como a cada familia cubana. Pero sabe que en su patria martiana y fidelista se trabaja muy duro para que los niños sean felices, estudien y crezcan sanos.

Como otras madres de la Sala, la mamá de Osvaldito no pudo ocultar las lágrimas al despedirse de nosotros esa mañana, en su abrazo sentido estaban las palabras que no pueden expresarse.

Su hijo es atendido por profesionales llenos de capacidad y amor, su Revolución hará lo imposible para que supere la enfermedad sorteando la crueldad del bloqueo y Osvaldito al fin vio cumplido su sueño de abrazar a Gerardo, su héroe valiente y bueno por el que tanto luchó su pueblo.

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