HAITÍ: TRASCENDENCIA Y VIGENCIA DE BOIS-CAIMAN ( AGOSTO 1791- AGOSTO 2016)

Por HENRY BOISROLIN*, Resumen Latinoamericano, 14 agosto 2016.- En la noche del 14 al 15 de agosto de 1791, los esclavizados de la colonia francesa de St-Domingue organizados sobre todo desde los primeros meses de aquel año y que luchaban por su plena libertad, realizaron un Congreso Político con el objetivo de preparar un vasto movimiento insurreccional. En efecto, a pesar de las prohibiciones para reunirse, durante largos meses los esclavizados recorrían largas distancias para cantar, bailar, conversar, debatir acerca de los acontecimientos políticos, discutir sobre sus sufrimientos, sus deseos de libertad y las acciones políticas concretas que habrían que emprender para lograr sus objetivos. Sin embargo, este acontecimiento es descrito y difundido erróneamente por la historiografía oficial como una simple Ceremonia Vodú en Bois-Caïman, un lugar situado al norte de Cabo Francés (Cabo Haitiano desde 1804), donde los esclavos juraron vivir libres o morir. Es menester resaltar que el vodú, la religión creada por los esclavizados fue el medio utilizado para poder organizarse, conspirar y preparar la insurrección en contra del régimen de explotación esclavista, constituyéndose a través del tiempo en uno de los factores determinantes para el triunfo de la revolución. La insurrección fue tan bien y meticulosamente preparada que a pesar de su carácter masivo y la detención de algunos participantes al Congreso que fueron torturados, las autoridades esclavistas no pudieron determinar lo que iba a suceder. Así, a partir del 22 de agosto de 1791, la mitad de la rica Llanura del Norte estaba ardiendo. Durante casi tres días, reportaron algunos historiadores, los habitantes de Cabo Francés no podían distinguir el día de la noche. Plantaciones enteras fueron incendiadas y sus propietarios ajusticiados. De hecho, estos últimos habían perdido el monopolio de la violencia. Y la fuerza de esta gran insurrección de masas fue de tal magnitud y contundencia que pudo arrastrar en cuestión de semanas a otros sectores sociales cercanos. Aquel agosto de libertad marcó el inicio de la fase final de la lucha por la libertad en St-Domingue emprendida por los esclavizados desde su captura en África. Fue el punto de partida de la guerra por la independencia culminada el 18 de noviembre de 1803 luego de la victoria de las fuerzas revolucionarias sobre las tropas napoleónicas en la batalla de Vetières. Y así, el General en Jefe, Jean-Jacques Dessalines, proclamó el 1ro. de enero de 1804 la independencia de St-Domingue, reemplazando este nombre colonial por el de Haití -tal como llamaban a este territorio sus primeros habitantes indígenas antes de la conquista española en 1492-.

De hecho, 1791 representó el estallido de todas las contradicciones y el colapso de las estructuras del régimen de explotación esclavista, dejando en claro que existía una profunda crisis revolucionaria. Crisis que fue resuelta brillantemente mediante una guerra popular utilizando diversas tácticas desde la guerra de guerrilla hasta la guerra de posiciones. Fue una guerra de liberación, dirigida por los más radicales de los más explotados, la única victoriosa en la historia y que permitió crear el primer país independiente en América Latina.

Ahora, es preciso aclarar que 1791 no fue fruto del azar como tampoco resultado de algún “pacto con el diablo” como lo suelen repetir hasta el cansancio varios predicadores racistas, al no poder explicar la victoria de los llamados “negros” sobre los llamados “blancos” en la jerga colonialista. Algo similar sucede con ciertos historiadores prisioneros de la racionalidad -tan irracional- del pensamiento moderno occidental basado en el eurocentrismo. Así, víctimas de este sistema, deformados por sus enseñanzas, ellos hacen gala de un simplismo y reduccionismo alarmante cuando plantean que la revolución haitiana es hija de la revolución francesa ocurrida en 1789. Semejante afirmación no sólo es errónea, sino fundamentalmente no permite aprehender los verdaderos mecanismos de lucha y reflexión que determinaron la emergencia política sobre el escenario social de la colonia de los sujetos más explotados y deshumanizados por el régimen de dominación y explotación más cruel jamás conocido. Es que todo aquel que todavía no puede sacarse de encima todo el bagaje de formación pretendidamente universal de los conocimientos producidos por el eurocentrismo caerá siempre en esos reduccionismos deformantes de la realidad. Esto es así, pues, porque el eurocentrismo puede hacer cognoscibles sólo los hechos atravesados y estructurados por las relaciones capitalistas y, por supuesto, utilizando las categorías elaboradas a partir de una realidad diferente a la nuestra. Así, también, desconocen o desprecian otras categorías de análisis producidas por historias diferentes, por otros seres humanos catalogados de inferiores desde la perspectiva de la modernidad europea occidental.

Sin una toma de conciencia de esas deformaciones, no habrá posibilidad para alcanzar el desarrollo de un pensamiento crítico y revolucionario capaz de elaborar teorías y acciones concretas para poder transformar la actual crisis haitiana. No habrá cambio alguno a favor de los explotados y las explotadas de Haití sin retomar el camino de 1791. Para nosotros del Comité Democrático Haitiano en Argentina, no se trata de ninguna nostalgia en relación a una fecha gloriosa anclada en la historia, sino tratar de recuperar sus enseñanzas como guía para la lucha actual en contra de la ocupación del país. 1791 no es el PASADO, sino que guarda toda su vigencia para transformar el PRESENTE y construir el FUTURO de la nación con plena libertad, soberanía e independencia. Sí, 1791 nos puede guiar en medio de tanta humillación, tanto dolor y tantos sufrimientos, de tantas frustraciones y derrotas, en medio de tantas mentiras, tantos engaños y tantas traiciones, en medio de tantas confusiones, mistificaciones y falsificaciones de la realidad.

En la actualidad, por ejemplo, una de las mayores mistificaciones y falsificaciones pasa por el hecho de hacernos creer que el cambio social y político a favor de las masas explotadas podría surgir a partir de elecciones en un país bajo ocupación de la MINUSTAH (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití) disfrazada de ayuda humanitaria. En un país donde se si llegara a realizar efectivamente el acto comicial previsto para el 9 de octubre, es obvio que habrá una escasa participación popular al mismo. Pues la inmensa mayoría del pueblo haitiano tiene conciencia de que el cambio que buscan los verdaderos luchadores no puede provenir de una farsa tan burda.

Y como la mistificación ya se transformó en el deporte favorito de los dirigentes del estado haitiano, las actuales autoridades nos venden el verso de la recuperación de nuestra soberanía a partir de elecciones que serán financiadas sólo por el estado haitiano y algunos miembros de la sociedad civil sacando de sus arcas 55 millones de dólares sin los aportes que suele hacer para este tipo de ejercicio llamado democrático la tan omnipotente comunidad internacional en Haití. Además, nos quieren hacer creer que el acto comicial del 9 de octubre próximo al ser soberano es una panacea, y constituye la única y válida solución a nuestros acuciantes problemas. Así, entonces, lo económico sería el único aspecto que determina el carácter soberano de una elección. Pero como los que difunden esas mentiras no son idiotas, consideramos, por tanto, que toman los demás por ignorantes, y así ofenden a la razón y a la dignidad de todo un pueblo.

Para nosotros, hace falta complejizar aún más el tema electoral para salir de ese esencialismo torpe y perverso. Sin ser esquemáticos y tampoco amantes de frases hechas, nosotros partimos de un posicionamiento radicalmente opuesto y fundamental: la desocupación del país es el primer paso, y será producto de la lucha por la liberación protagonizada por las masas explotadas y organizadas, y no como consecuencia de malabarismos sutiles e inteligentes de políticos autodenominados pragmáticos, capaces de confundir y derrotar a los enemigos del pueblo haitiano. Es a partir de este posicionamiento, que hay que pensar nuestros problemas, los problemas que nuestra realidad nos plantea. Sólo y sólo así la victoria será posible; es decir, hacer un nuevo 1791.

Ahora bien, para precisar mejor nuestra posición vamos a analizar la actual y tan mentada problemática electoral. No lo hacemos por ninguna pasión académica, sino porque además de ser en las actuales circunstancias una falacia, se trata también de una decisión política que puede conducir a una nueva carnicería antes o durante el día de las elecciones cuyas principales víctimas serán los humildes votantes de algunos barrios populares. El espectro macabro de lo que ocurrió durante la sangrienta jornada electoral del 29 de noviembre de 1987, está recorriendo una vez más el escenario político haitiano.

¿Cuál es este escenario? En primer término, el país está sumergido en una profunda y explosiva crisis económica e institucional. Es en este marco, que el poder imperial utilizando a sus servidores nacionales quiso el año pasado imponer a través de elecciones fraudulentas a Jovenel Moïse, el candidato oficialista designado por el ex presidente Martelly. Una decisión que subestimó la capacidad de reacción de importantes sectores del pueblo haitiano en defensa de su dignidad y sobrevivencia. La monumental jornada de protesta del 22 de enero último pasado impidiendo la realización de la segunda vuelta presidencial solo con la participación de Jovenel Moïse ya que Jude Célestin, el candidato que venía en segunda posición según los resultados fraudulentos difundidos por el entones Consejo Electoral Provisorio (CEP), se había negado a participar de la contienda. Bloqueada la maniobra, un espurio pacto político iba a permitir una salida no tan humillante de Martelly el 7 de febrero pasado al finalizar su mandato. Elegido también de manera fraudulenta en 2010-2011, Martelly abandonaba la presidencia en medio de una profundización de la crisis económica, denuncias de malversaciones de fondos públicos, de corrupciones y de obediencia total a los intereses del imperialismo norteamericano.

Pero como se trataba de un pacto consagrado a espaldas del pueblo y con la complicidad de diputados y senadores también elegidos a través de las mismas elecciones fraudulentas, terminaron por elegir como presidente provisorio en Asamblea Nacional a Jocelerme Privert, un senador firmante del acuerdo como presidente del Senado. Éste tenía -según reza dicho acuerdo- la misión de organizar las elecciones en abril para que pudiera asumir un nuevo presidente en junio. Pero la presión popular exigía antes la formación de una Comisión Independiente de Verificación Electoral para determinar la existencia o no de fraudes durante los comicios de 2015. Decisión que tuvo que adoptar Privert y que no fue compartida por la comunidad internacional que había avalado lo actuado. El resultado de la Comisión confirmó los fraudes y recomendó retomar por lo menos la elección presidencial desde cero. Indudablemente, en estas circunstancias la flaqueza de Privert, un ex ministro del último gobierno Lavalas presidido por Aristide, salta a la vista. Tuvo que conformar un gobierno con hombres y mujeres que sólo operan como representantes de diferentes poderes fácticos. Privert tiene un gabinete formado por figuras con compromisos de distinta naturaleza, lo que deja al presidente provisorio con muy poca capacidad real de poder. Al no poder realizar las elecciones en abril, y al terminar desde el 14 de junio el mandato estipulado en el acuerdo, Privert espera hasta ahora una confirmación o no de la Asamblea Nacional en relación a su continuidad como presidente provisorio. Una Asamblea bloqueada por la minoría representada por los diputados y senadores del partido de Martelly y sus aliados. Ante tal negativa, Privert intenta poner a todos ante un hecho consumado: llamó a elecciones para el 9 de octubre luego de formar otro CEP. Situación que anuncia que habrá serios inconvenientes -tal como lo está mostrando el aumento de la inseguridad con asesinatos de simples ciudadanos, ataques a empresas y amenazas permanentes de bloquear todas las actividades en el país-. Entre tanto, el sistema neocolonial vigente desde la primera ocupación militar norteamericana del país (1915-1934) que se está derrumbando sigue buscando por distintos medios cómo doblegar la resistencia popular. Y, entre esos medios, aparece con nitidez la trampa electoral presentada como única vía posible para llegar a un supuesto desarrollo de Haití.

Pero el pueblo haitiano negado y excluido lo entiende de otra manera. Así habría que aprehender los actuales esfuerzos que concluyeron con la conformación de un Frente agrupando a varias fuerzas del campo popular planteando un punto central: la desocupación del país. Y en estos días de mucha tensión, donde los de arriba no pueden dirigir como antes y los de abajo no quieren vivir como antes, las miradas se están dirigiendo hacia nuestra gloriosa historia. Y desde allí emerge Bois-Caïman con toda su trascendencia y, sobre todo, su inconmensurable fuerza revolucionaria para conducirnos hacia un nuevo 1804.

 

 *Coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina

14 de agosto de 2016

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