Uruguay: Falleció el ministro de Defensa uruguayo Fernández Huidobro / Dos opiniones sobre un personaje controvertido

Resumen Latinoamericano/ 05 de Agosto 2016.-

El ministro de Defensa Nacional de Uruguay, Eleuterio Fernández Huidobro

El ministro de Defensa Nacional de Uruguay, Eleuterio Fernández Huidobro y José Mujica

Credito: TeleSUR

Telesur /05-08-16.-El ministro de Defensa Nacional de Uruguay, Eleuterio Fernández Huidobro, falleció la madrugada de este viernes en Montevideo (capital) en un hospital militar como consecuencia de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (Epoc) que padecía desde hace años.

De origen español, Fernández Huidobro tenía 74 años, fue uno de los fundadores y principales dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional “Tupamaros”, y desde el 2011 estaba al frente del Ministerio de Defensa Nacional, durante los gobiernos de José Mujica y del actual presidente Tabaré Vázquez.

Tras varias recaídas y un delicado estado de salud que le obligó a residir en la sede del Ministerio, el ministro falleció en el ejercicio de sus funciones y acompañado de sus más allegados. Se tiene previsto que sus restos sean velados en la sede del Ministerio de Defensa Nacional en horas de la mañana y que su sepelio se realice en la tarde de este mismo viernes.

Eleuterio Fernández Huidobro (1942-2016) fue uno de los fundadores de la guerrilla de izquierda Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en los años 60. Apodado “El Ñato”, el actor político carecía del carisma de otros integrantes del movimiento.

Sin embargo, el personaje participó en los eventos más importantes para el país sudamericano, como lo fue el robo al Club de Tiro de Colonia Suiza en 1963, el primer acto de guerrilla en Uruguay. El dirigente tupamaro negó haber matado a alguien durante su época de guerrillero, pero reconoció su participación en tiroteos y secuestros.

En 1971 también protagonizó una fuga masiva de una prisión de Montevideo, aunque un año después fue recapturado y permaneció en cautiverio hasta el fin de la dictadura que se desarrolló entre 1973 y 1985.

En 1989, también participó en la fundación del Movimiento de Participación Popular (MPP), que integra la gobernante coalición de izquierdas Frente Amplio (FA), el partido más votado en las últimas elecciones.

En 1999, por primera vez, fue elegido senador en el bando opositor. Fue reelecto en el mismo cargo en 2004, año en el que su correligionario en el FA y actual presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, ganó por primer vez los comicios nacionales.

En las elecciones del 2009, Fernández Huidobro, principal referente de la Corriente de Acción y Pensamiento-Libertad (CAP-L), apoyó la candidatura presidencial de Mujica, quien fue electo mandatario para el periodo 2010-2015. A mediados de 2011, fue nombrado ministro de Defensa, cargo que mantuvo hasta la fecha.

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(Opinión) Fernández Huidobro: Un presente poco heroico
 
Por El Chasqui
 
 
Fernández Huidobro fue uno de los pocos ministros, junto con Astori, que estuvo en dos gobiernos del Frente Amplio. Primero con Pepe Mujica y hasta su fallecimiento con Tabaré Vázquez. En ambas instancias reiteró algo que siempre supo hacer muy bien, sobre todo desde que cayó en manos de los militares en épocas de la dictadura: coqueteó soezmente con los militares genocidas que asesinaron a sus compañeros y compañeras del MLNT. Lo hizo sin rubores y jactándose de ello, a plena luz del día y desafiando las críticas de muchos. Se opuso a que esos asesinos (“los pobres viejitos” como le gustaba decir a Mujica) sean juzgados, y se enemistó duramente con los familiares de los desaparecidos que le reclamaban que entregue los datos sobre el terrorismo de Estado.
En su afán de defender a su nueva tropa, llegó incluso a insultar y acusar de trasnochados a madres, padres, hermanos o hijos de torturados y asesinados.  Lo cierto es que FH se murió en brazos de los militares que alguna vez dijo combatir. Más aún: será honrado por estos y no por los luchadores y luchadoras uruguayas que desde hace un tiempo lo acusan de haber saltado el charco hacia el corazón del enemigo. 
En vez de recibir los honores del tupamaraje rebelde y resistente hoy, en “su” Ministerio de Defensa, donde residía últimamente, lo venerarán sus amigos de los “Tenientes de Artigas” y otros cómplices de los cientos de asesinatos cometidos durante la dictadura militar. 
Mal final para alguien que podría haber sido un héroe popular.
 
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(Opinión) Algo que agradecerle al finado…

Por Gabriel -Saracho- Carbajales, Montevideo, 5 de agosto de 2016.-

No se trata de patearlo en el piso ahora, ya muerto.

Tampoco de rendirle honores de ninguna especie, por supuesto.
La muerte es muy democrática, por cierto, pero no produce el milagro de cambiar lo que fue la vida, la práctica, la conducta de alguien que en su mocedad proclamó a los cuatro vientos un jugado compromiso con la revolución y en los hechos acabó su existencia como un “auténtico” contrarevolucionario, odiado por muchísimas y muchísimos de quienes unas décadas atrás, le respetaron y hasta admiraron, y reverenciado, muy luego, por algunas y algunos de quienes le habían odiado como expresión de rebeldía revolucionaria ante la explotación y la opresión.

El que ha muerto esta madrugada, es “El Ñato”, pero lo que no ha muerto esta madrugada es una práctica, una conducta, un paradigma de “militante” o “luchador social”. que, pese a autoproclamaciones y verdaderos ríos de tinta y fraseología portentosamente “revolucionaria”, es movido sustancialmente por una concepción del mundo y de sí mismo en él, fundada en premisas culturales amasadas a lo largo de centenares de años de dominación esclavista-feudal-burguesa, que han podido afianzar y extender la idea necia pero altamente peligrosa, de que la historia la conciben y la planifican “mentes brillantes” y la concretan masivamente una inacabable pléyade de seres provistos únicamente de voluntad, orientados por la superior intelectualidad de los “cráneos”.

Ha muerto “El Ñato”, pero no la subideología burguesa que postula y desarrolla el elitismo iluminado como “motor” de la historia, tanto dá si en un sentido supuestamente revolucionario o sencillamente a-histórico y antagónico con las ideas de liberación y creación de una humanidad efectivamente “nueva”, erigida sobre relaciones sociales absolutamente despojadas de cualquier forma de la dominación de unos seres humanos sobre otros seres humanos.

Ha muerto una persona, pero sigue en pié un conjunto de parámetros o mojones ideológicos que explican la forma de ser de individuos y grupos de individuos que dos por tres mueren como cualquier mortal (no solamente entre los uruguayos, obviamente), para los que “lo más natural” y “necesario” es que haya quienes se dediquen el día entero (desde el yo o desde el partido, o desde el Estado y hasta desde la pequeña organización social o sindical, o, si cuadra, desde la clandestinidad enfierrada) a pensar, diseñar, ordenar y administrar la “gestión” del devenir social, o, dicho de otro modo, la dirección “correcta” de la lucha de clases.

Las ideas y las conductas esencialmente contrarevolucionarias, no mueren así nomás, pero la mirada atenta, la desconfianza organizada, la presunción intuitiva que detecta rasgos de individualismos “caudillescos” o semejantes, irán contribuyendo a disminuir o neutralizar el daño potencial de un individualismo elitizado que parece inderrotable a lo largo de siglos y siglos y que ha incidido notablemente en magistrales retrocesos posteriores a gigantescas y heroicas agitaciones sociales que cambiaron radicalmente el curso histórico universal.

La muerte de Eleuterio Fernández Huidobro es el punto culminante de un pequeño drama de nuestro tiempo y “nuestro barrio”, patético, triste, espantosamente autocondenatorio, al que cabalmente no puede considerársele “apostasía”, porque es su propia naturaleza la que nos muestra que no ha habido inconsecuencia o renunciamiento, sino que lo que ha habido ha sido una realidad que a la corta o a la larga va acomodando las sandías en el carro, aunque algunas de ellas por ahora sigan invisibilizadas por las más notorias y pesadas del complejo y retorcido universo de las tragicómicas “mentes brillantes” que con bastante abundancia y permanencia es capaz de producir la fantástica maquinaria de pudrición humana que es el sistema capitalista.

Lo que sí hay que agradecerle a “El Ñato”, es su indiscutible transparencia, su patológica sinceridad en una época en la que los fascistas siguen haciendo terrorismo continuado, no tan sólo de motus propio, sino como generoso servicio a la clase que les dió la orden de encarcelar, torturar, matar y desaparecer al pueblo trabajador con absoluta autonomía “táctica” y la garantía muy relativa de que no habría juicio y castigo ni verdad y justicia.

Hay que agradecerle su manera peculiarísima de mostrarnos, muy a su pesar, que la lucha de clases no se termina con un golpe de Estado ni con una “reapertura democrática” de puertas abiertas a caducos “mariscales de derrotas”, derrotados por el desprecio popular en lento pero seguro andar.

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