Reflexiones sobre la marcha. Malestar y cultura política

Por Conrado Yasenza*La Tecl@ Eñe) /Resumen Latinoamericano /  7 julio 2016.-

La cultura es la arena donde se han librado las experiencias políticas más revolucionarias. Desde lo que se denomina campo nacional y popular, es hora de revisar lo hecho y recurrir a las huellas de las verdaderas gestas emancipatorias para construir ese sujeto colectivo que abandone tanto el cómodo sillón de la queja como la espera de un mesías salvador.

 

 

Hay en estos tiempos una manifestación traumática producto del feroz choque de las emociones asociadas a deseos de cambio. Es decir, una confrontación que no ha encontrado una resolución dialéctica, dejándonos perplejos. Es allí donde reina la ilusión que anida en todo malestar social y cultural. La ilusión suplanta el acto de ver y entender los efectos de decisiones políticas que llegan a la vida social para perturbar el presente y comprometer el futuro.

La resolución dialéctica hace consciente el daño y sus consecuencias. Ese momento es aún un movimiento espasmódico que no produce el pasaje de lo emocional a lo racional. La toma de conciencia produciría un estadio superior (aunque no mecánicamente) en la organización social y política de nuestro país. La realidad indica que estamos lejos de esa racionalización ya que la internalización colectiva de la relación entre políticas económicas y sus efectos sociales no se produce, con lo cual los ciclos del daño se reiteran como en una cinta de Moebius. Es el triunfo del shock, ese impacto que inmoviliza o atenúa los márgenes de reacción.

Sabemos y vivimos lo que los economistas definen como transferencia de ingresos. La vinculación de esa transferencia con la vida cotidiana queda presa de una relativa alienación. Puede entenderse como un mecanismo de defensa, lo complejo es que esa defensa se sitúa en el plano individual, y en esa dimensión sólo obramos desde las pasiones tristes, aquellas que nos condenan a repetir el mito de Sísifo pero despojado de épica y colmado de ilusión.

Es desde esas pasiones tristes que tomamos decisiones políticas que luego serán la encarnación nociva de la queja. Los poderes saben de esta inclinación a la pereza y el llanto, y por ello operan todas las artes de la infamia y la estigmatización. Los poderes, que podríamos reducir al poder del dinero, saben más de nuestros deseos que lo que de ellos conocemos. Manejan la versatilidad del odio, lo alimentan; usan sus aparatos ideológicos para instalarlo. Saben que las batallas económicas siempre son culturales. Si la cultura de la pereza, el desinterés, el individualismo y el consumo de información acordada con el poder es lo suficientemente extensivo, la batalla económica puede quedar, a pesar de interregnos, retahílas y momentos de bienestar colectivo, en manos del poder del dinero, que en el capitalismo es el poder mundial.

Pero es necesario advertir lo siguiente:

Fue un error ceñir la batalla cultural, que debía ser cultural y política, a la identificación exclusiva de un “enemigo” local de los proyectos nacional y popular, que utilizó los medios de comunicación como también se sirvió de los vasos comunicantes con el poder político para estar siempre presente. Clarín, La Nación y otros medios con posiciones de privilegio, son económicamente poderosos e influyentes, pero constituyen sólo un “dispositivo” de las lógicas neoliberales que imperan a nivel regional e internacional. Lo relativo al mundo de la comunicación debe centrarse en la comprensión de que se trata de un hecho cultural que tiene sus derivas políticas y judiciales pero que no implica una lectura determinista de los acontecimientos. Influyen, operan y producen lecturas diversas de la realidad; hasta pueden llegar a un importante grado de homogeneidad si los receptores no aceptan el desafío de la interpretación y la duda.

La cultura es la arena donde se han librado las experiencias políticas más revolucionarias. Desde lo que se denomina campo nacional y popular, es hora de revisar lo hecho y recurrir a las huellas de las verdaderas gestas emancipatorias para construir ese sujeto colectivo que abandone tanto el cómodo sillón de la queja como la espera de un mesías salvador. Ya nadie tiene el óleo de Samuel y la temida oposición del peronismo se ha astillado para asegurar una “gobernabilidad responsable”. La conducción de lo nuevo, que aún en un momentos de repliegue debe gestarse, se encuentra en el pueblo, en las calles, en lo que se denomina militancia silvestre; en esa que militó las elecciones de Octubre de 2015 como no lo hicieron las estructuras burocratizadas de un poder que tuvo que construirse al tiempo que se ejercía, incorporando todo lo novedoso pero también lo enquistado y macilento. Allí reside la potencia del kirchnerismo, esa suerte de crustáceo intransigente – o progresista – que incorporó al peronismo ballena.  Eso fue y es el kirchnerismo: Una cultura política que dio la batalla por la conquista y ampliación de derechos hoy instalados en gran parte del colectivo social.

Apropiarse de esa cultura para reinventar el futuro, es la prioridad de todo aquel que se haya sentido dañado por la llegada al gobierno local de los CEOS del poder mundial.

Avellaneda, 7 de julio de 2016

*Periodista. Docente en UNDAV.

 

Imagen: M.C. Escher – Tres esferas

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