“Los dirigentes rurales nos odian”: más de 20 años del Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha

Por Dolores Arrizabalaga[1] / Resumen Latinoamericano/Diario Digital Femenino/ 8 de Julio 2016.-

 El análisis y la reflexión sobre el pasado reciente de nuestro país y de nuestra provincia, implica necesariamente una combinación de múltiples perspectivas de abordaje. No obstante, una de estas perspectivas es transversal a todas las demás: la perspectiva de género.

El contexto social, político y económico en el cual emerge el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha es bien conocido. Está marcado a fuego en la memoria colectiva de quienes transitaron los tristes años noventa e inicios de los años dos mil. El mercado se impuso al Estado y a la crisis económica le siguió una crisis política y social, una crisis de legitimidad, donde al grito de “que se vayan todos” se produjo uno de los actos de mayor demostración de fuerza del campo popular argentino.

Pero volvamos a mediados de 1990, aLa Pampa y, específicamente, a Winifreda. Nace allí un movimiento de mujeres que alcanzaría en poco tiempo una dimensión nacional. Este movimiento emerge de la desesperación que experimentaron mujeres chacareras ante el riesgo de perder –por medio de remates públicos- sus propiedades rurales, hipotecadas a partir de deudas contraídas con los bancos. Esta situación no era exclusiva de las mujeres pampeanas sino que, al contrario, un total de 40 mil familias se encontraban en situaciones similares. Esto explicaría también el porqué de la expansión tan rápida del MML por todo el país.

Así, el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha se conforma como un nuevo sujeto social, con el objetivo primario de frenar el remate de los campos por parte de la justicia, ya que eso suponía un riesgo para la propia sustentación, la quiebra total, ante la pérdida de aquellas tierras que sus padres y abuelos inmigrantes habían logrado conseguir. Además las deudas que habían llevado a esa situación eran consideradas por estas mujeres como ilegítimas, en la medida en que el gobierno nacional les había asegurado que quienes invirtieran en tecnología contarían con el apoyo del Estado y con precios competitivos, aspectos que no se dieron en la realidad.

El movimiento que lideró y lidera Lucy de Cornelis planteó también una novedosa forma de accionar. A partir de la convocatoria por medio de las radios locales primero y de la prensa nacional una vez que el movimiento ganó fuerza y expansión, mujeres de chacareros o dueñas de pequeñas propiedades agrícolas se hacían presentes en los remates públicos y, entonando el himno nacional, impedían que los mismos se llevaran a cabo.

Así, este movimiento surgido en La Pampa, en Winifreda, ganó en poco tiempo un alcance nacional,  y se enviarían comisiones a impedir remates a otras provincias como Buenos Aires, Santa Fe, Santiago del Estero, etc. También se hicieron presentes en la capital federal, cuando ingresaron en la Plaza de Mayo conduciendo sus propios tractores.

Hasta que los gobiernos no tomaran cartas en el asunto para evitar el remate de los campos de estos pequeños productores, que ocurrió recién a partir del 2003, el movimiento se expandió y evitó, en la medida en que pudo, el remate del capital, e incluso llegó a tomar contacto y articularse con otros movimientos sociales argentinos y también latinoamericanos, como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil. La tierra, su tenencia o el riesgo de perderla, era el factor aglutinante de ambos movimientos.

La crisis del Estado llevó, por un lado, a que múltiples movimientos, como el MML, se conformaran en el marco de referencia para muchos argentinos. Así, ante la imposibilidad de acudir al Estado para frenar los remates, o ante la negativa de los mismos a brindar el apoyo y auxilio, el MML se conformó como el marco para la acción directa.

Por otro lado, tuvo lugar también una democratización de la sociedad, en la medida en que esta amplia gama de movimientos sociales, entre los que el MML se encontraba, primaba la horizontalidad, el debate y la toma de decisiones de forma democrática. Las bases comenzaron a operar como aquello que auxilió cuando ya no quedaba nada en la cima, cuando no había Estado, e incluso cuestionándolo.

No necesariamente deseándolo, quizás de forma inconsciente, las mujeres agropecuarias argentinas lograron una redefinición de las relaciones de género que son, en definitiva, las relaciones de poder. Convirtieron la diferencia en poder. La diferencia de ser mujeres, la mitad del mundo oprimida ante una cultura machista. El poder de  pasar a formar parte ahora de la escena pública, de la escena política, espacios mayormente reservados para hombres. Redefinieron el ámbito público y privado y su rol dentro de ellos.

Esto generó, no pocas resistencias. En una entrevista realizada en 1999, Lucy de Cornelis –líder del movimiento- resaltaba: “Los dirigentes rurales nos odian, nos odian los hombres, nos tienen un desprecio. El otro día me invitaron a Coninagro, Federación Agraria, y entonces la gente empezó a gritar: ’que hable Lucy, que hable Lucy’ y ‘¿a dónde pararon el remate ustedes?, ¡caraduras!’. Y el tipo, entonces me tuvo que nombrar, lo que había hecho yo: ‘cómo Lucy que tuvo salir un día a defender, que tendría que estar hoy en su casa’. Estos testimonios permiten inferir, por un lado, un reconocimiento de algunas personas sobre la actuación del MML, pero, por el otro, un desprecio de los dirigentes rurales, todos hombres, nucleados en la FAA, en la medida en que el MML cuestionaba su poder y capacidad, como federación, pero fundamentalmente como hombres. Como agravante, esto era llevado  a cabo por mujeres, quienes tienen como “lugar natural” la casa.

En el mismo sentido, en 1998 un dirigente agropecuario señalaba sobre el MML: “Yo tomo esto, la lucha de las mujeres, como la lucha de la familia agropecuaria, la familia agropecuaria salió a la calle .Las mujeres se manejan por sus sentimientos y por su reacción natural y lo  valoramos muchísimo. Lo importante es señalar que las Mujeres en Lucha son la familia del productor agropecuario, que cuando vieron que quedaban en la calle, que ya el productor se desvanecía y su familia iba a la calle y sus hijos no comían, las mujeres salieron a luchar”. Plantear la irracionalidad femenina y ver a las mujeres como apéndices de los hombres, en tanto esposas de los chacareros, es propio de la cultura machista de la cual forman parte. Pero estos comentarios que buscaban deslegitimar el MML no llegaron siquiera a opacarlo. En la misma entrevista mencionada anteriormente, Lucy recuerda lo que a los dirigentes agropecuarios contestó: “les quiero decir señores que nosotros no salimos a robar el espacio, nosotros se lo ganamos en la lucha, y nunca a ustedes los vi parando un remate”.

Incluso sin desearlo, estas mujeres terminaron por desafiar los roles que históricamente se le adjudicó a cada género: el deber ser. Este proceso no está concluido, ni mucho menos. Pero tenemos en el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha un ejemplo en el cual referenciarnos y proyectarnos como mujeres, pero fundamentalmente como sociedad, para construir una comunidad donde podamos ser diferentes sin ser desiguales.

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[1] *Estudiante de Historia FCH-UNLPam

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