No es solo Dilma y Lula

Desde 1998 hemos vivido tiempos victoriosos y no ha sido en vano. Nos queda no solo la alegría, la ilusión, la emoción y el entusiasmo sino también lecciones importantes que nos servirán en el futuro.
 
por Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
No es solo Dilma Rousseff y Luis Inacio Lula da Silva, es toda la izquierda latinoamericana la que se encuentra en la picota. Han pasado los años de su ascenso vertiginoso, de los grandes proyectos unitarios e integracionistas, de los amplios programas sociales y de los encuentros fraternos entre presidentes y presidentas en donde privaba el espíritu latinoamericanista como nunca antes.
Hemos entrando en un período de vacas flacas y la derecha -la nueva y la vieja-, envalentonada, no escatima esfuerzos y artimañas en ninguna parte para sacar partido del impulso que la tiene a la ofensiva. Este se viene gestando desde hace varios años, pero no es sino ahora, cuando hay dificultades económicas por las circunstancias mundiales, cuando está en la posibilidad de transformarse en un verdadero movimiento de masas.
Si por las vísperas se saca el día, la derecha llegara de nuevo al poder en los próximos años, y se dedicará a desmantelar sistemáticamente las conquistas de los gobiernos nacional-progresistas.
Serán tiempos sumamente convulsos porque nadie se dejará arrancar las nuevas conquistas fácilmente. Y ojalá sepamos sacar las conclusiones pertinentes de lo que está pasando para cuando, de nuevo, se vuelva a ejercer el poder en otro momento.
Será difícil que los pueblos originarios de Bolivia, por ejemplo, acepten volver a ser tratados como servil fuerza de trabajo por los canvas que los miran sobre el hombro; o que se borre de un plumazo los avances en disminución de la pobreza en Ecuador, Brasil, Bolivia, Venezuela o Uruguay. Los pueblos han dado un paso adelante desde que en 1998 Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela, y lo que han conocido desde entonces no podrá borrarse de un plumazo o con decretos al estilo Macri en Argentina.
Quiere decir esto que se ha podido vislumbrar lo que significa tener gobiernos que piensan en los más desfavorecidos, algo que solo excepcionalmente había sucedido en nuestras tierras, y ese vislumbre constituye la mejor prueba que se puede construir lo que la izquierda predica.
Pero también debemos pensar en los errores, las insuficiencias y las desviaciones. En las características propias de nuestros procesos. Por ejemplo, el papel tan poderoso que siguen jugando en nuestras sociedades los líderes carismáticos, y cómo tenemos ejemplos en los que ellos pesan menos y más la organización de las masas, como en Uruguay con el Frente Amplio. O en el balance entre reformas y transformaciones radicales, profundas. O en el vínculo entre el gobierno y las organizaciones de masas, para que estas últimas no se transformen en furgón de cola de aquellos y terminen diluyéndose y perdiendo su identidad y fuerza.
Y también tendremos que ver lo que se hizo positivo: los esfuerzos por el trabajo conjunto entre naciones y pueblos, la importancia de la unidad que ha mostrado que los gigantes de siete leguas no son tan invencibles cuando estamos juntos; la evidencia de que, en un mundo dominado por las grandes potencias y los capitales transnacionales, es cuestión de vida o muerte el apoyo mutuo entre los distintos países, los proyectos comunes, la solidaridad que apuntala en momentos cruciales.
Desde 1998 hemos vivido tiempos victoriosos y no ha sido en vano. Nos queda no solo la alegría, la ilusión, la emoción y el entusiasmo sino también lecciones importantes que nos servirán en el futuro.
Mientras tanto no todo está perdido aún porque se está dando fieramente la batalla en todas partes aunque los tiempos no sean favorables. En Brasil, aunque hay negrísimos nubarrones cirniéndose sobre el PT, Dilma y Lula, están resistiendo los intentos descarados de golpe de Estado. Tienen nuestra solidaridad, nuestro apoyo desde estas páginas, nuestro reconocimiento por su enjundia.

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