Los infinitos frentes de Estado Islámico

Guadi Calvo*/Resumen Medio Oriente, 30 de diciembre de 2015 – La retoma de la ciudad iraquí de Ramadi por parte de la tropas de Bagdad representa el inició de la debacle de Estado Islámico (EI). Hace casi dos años, tras revelarse contra el líder de al-Qaeda global Aymán al-Zawahirí -que había ordenado al entonces jefe de Estado Islámico para Irak y el Levante (EIIL) Abú Bakar al-Bagdadí, que combatían en Siria y habían entrado en colisión con el frente al-Nusra, dueños de la marca al-Qaeda en Siria-, se replegaran con todos sus hombres a Irak.

Al-Bagdadí cumplió, pero cumplió en parte. Se hizo fuerte en las dos ciudades iraquíes fronterizas con Siria, Faluya y Ramadi, y allí resistieron casi seis meses al asedio del ejército iraquí hasta que, como por arte de magia, rompen el cerco, ponen en fuga al ejército iraquí armado y entrenado por los Estados Unidos, que abandona en el campo de batalla armamento de última generación, incluyendo artillería pesada, vehículos todo terreno Humvees, junto a varios helicópteros H-60 (los famosos Black Hawk), que entonces se decía estaban piloteando por antiguos oficiales del ejército de Saddam Husein. El resto de la historia está demasiado fresca, la toma de Mosul, capital petrolera de Irak, los 400 millones de dólares que encontraron en un banco de esa ciudad; la auto designación de al-Bagdadí como el Califa Ibrahim y la creación de Estado Islámico que se expandió primero a Siria, para enseguida crecer de manera exponencial, como nunca antes en la historia lo hizo una organización de estas características.

Hoy cuenta con wilayat (provincias islámicas) desde Libia y Egipto a Nigeria y desde Afganistán, Pakistán e India hasta Indonesia y Malasia, eclipsando de manera definitiva a su organización madre, la otrora temible al-Qaeda.

El Estado islámico ha triunfado en el campo mediático tanto como en el militar. Las filmaciones donde se muestran las ejecuciones y los tormentos a los que someten a sus víctimas y la utilización de las redes sociales para difundirlas ha sido la herramienta clave para atraer a miles de jóvenes musulmanes que creyeron encontrar en las filas de al-Bagdadí la respuesta a su falta de posibilidades dentro de sus sociedades, tanto en países como Francia o Bélgica, o en Yemen o Sudán.

Su crecimiento fue tolerado desde su nacimiento por las potencias occidentales, que junto a las petromonarquías sunitas del Golfo, los han financiando descaradamente.

Derrocar al presidente Bashar al-Assad merecía cualquier costo, y los pagaban, pero los atentados de noviembre en París fueron el límite y han convertido las relaciones entre Occidente y sus aliados árabes con el Estado Islámico en inviables.

Mil trincheras

Sumado a que el Departamento de Estado norteamericano, tras los atentados de París, le ha soltado la mano a al-Bagdadí, la intensa y efectiva campaña de bombardeos aéreos por parte de la aviación rusa, no solo contra sus posiciones militares, prácticamente ha devastado su gran fuente de financiamiento que era la venta del petróleo a empresas turcas donde el nombre de Erdogán (presidente de Turquía) pareciera esta impreso en cada una de esas operaciones. Esto ha provocado que el Estado Islámico haya perdido sus fuentes de financiación más “genuinas”: el petróleo y la asistencia de los enemigos de al-Assad y ahora tenga que debatirse con lo que tiene, de allí la caída de Ramadi, que es solo la primera de una larga seguidilla que se producirán en las próximas semanas y meses.

Aunque este cambio de condiciones fácticas en Siria parezca ser muy positivas, la realidad no es tan así. Nunca se conoció el verdadero número de combatientes de las organizaciones salafistas que actúan en Siria, pero las estimaciones iban desde los 45 mil a los 120 mil hombres. El número que sea es muy importante y mucho más si se disgregan y se expanden en búsqueda de otros frentes menos activos: las repúblicas del Caspio, Rusia, Chechenia, Georgia, la propia China en la conflictiva provincia autónoma de Xinjiang donde opera el letal Movimiento Islámico del Turkestán Oriental (MITO), Afganistán, Pakistán, India, el sudeste asiático (Filipinas, Malasia e Indonesia), Líbano, Yemen, Somalia, Sudán, Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Mali, el Chad, Níger y Nigeria, podrían ser puntos donde se pueda reactivar o fortificar frentes, sin contar los “lobos solitarios” que puedan estar llegando en verdaderas manadas a Europa, disimulados en el millón de refugiados que arribaron este año. Un previsible y gradual fin de la guerra en Siria, que todavía se extenderá uno o dos años más, no significa de ninguna manera el fin del extremismo islámico, sino el comienzo de una nueva guerra segmentada en infinitos frentes.

* Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

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