Migrantes. La nueva Meca escandinava: el éxodo en sus últimos metros

 

Por Unai Aranzadi, Estocolmo (Suecia), para Resumen Latinoamericano, 24 de septiembre 2015.- “He tardado nueve días en llegar a Suecia desde Turquía. Soy de Bagdad, y vine porque la seguridad en Irak está muy mal. En Turquía Erdogan no nos da permisos para trabajar. Ahora la embarcación a Grecia está a 1000 dólares, así que me animé al ver por televisión a tantos consiguiendo pasar”. Zakariya dice haber tardado nueve días en llegar desde Grecia hasta Suecia, pasando por Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania y Dinamarca. Es uno de los mil migrantes que el sistema sueco recibe a diario desde hace unas semanas, según indican fuentes de la radiotelevisión pública. “Venimos los hombres, porque si nos dan asilo podemos traer a la familia. Es más barato y seguro. Yo tengo cuatro hijas, y Dios me acaba de bendecir con un hombrecito”. Entre docenas de voluntarios de Cruz Roja, organizaciones de ayuda de la Iglesia sueca y diversos actores de la sociedad civil, Zakariya, antiguo colaborador de la cadena del régimen catarí, Al Jazeera, rompe a llorar. “De haber podido, hubiese llevado a toda mi familia a Catar cuando la televisión cerró la delegación de Bagdad, pero no nos dan espacio en ningún país del Golfo. Si no me va bien en Estocolmo iré a Finlandia a probar suerte”. Finlandia es la otra opción de una Escandinavia que se ha convertido en la nueva Meca de los migrantes del mundo árabe. Aunque su pasado como lugar de acogida no es muy halagüeño (durante la guerra de Bosnia, Finlandia apenas cobijó un puñado refugiados) los migrantes y refugiados no se achican, y buscarán salidas como antes lo hacían en Dinamarca, Noruega y Suecia. “Nosotros venimos desde Asia Central y seguiremos por tren hasta Finlandia, tenemos allí amigos y aunque hace mucho frío, se vive bien”, aseguran dos jóvenes con mochilas y aspecto cansado. Su intención es tomar un tren hasta Haparanda y cruzar de allí al lado finés del Golfo de Botnia. Ya son unos mil doscientos los que cruzan semanalmente por esta remota frontera, según indican los servicios de inmigración finlandeses apostados junto a la policía en la aduana.

 

Contrariamente a la interesada asociación con Siria que se ha hecho desde esos mismos medios que ayer alentaban las injerencias bélicas, los migrantes y refugiados vienen de destinos diversos. Bangladés, Irak, Eritrea, Afganistán, Somalia, algún iraní y muchos de Pakistán entre otros tantos. La media del viaje a Estocolmo para los que provienen de lo que se conoce como “la ruta turca”, es de entre una y dos semanas. “En este arduo y agotador viaje por tierra, los que más han sufrido son los niños”, asegura una joven somalí de una organización multicultural sueca. Aunque realmente no se ven muchos niños los que llegan a la estación central de Estocolmo lo hacen tosiendo y con signos de abatimiento. “El trauma, en menor o mayor medida es algo que acompaña a todos”, asegura una voluntaria de la Cruz Roja que atiende el botiquín y asiste, “básicamente problemas de gripe y dolor de garganta, que es lo que arrastran muchos”. Pero aunque la proporción de niños respecto a hombres sea baja, no quiere decir, ni muchos menos, que no existan. Además de los pequeños que llegan con sus familias, ya son diez mil los menores sin acompañar que han llegado a Suecia en lo que va de año según alertan fuentes de la Agencia de Inmigración. Un hecho sin precedentes en la historia de la democracia sueca.

 

“¡Bienvenidos!”. Un grupo de voluntarios con carteles en árabe recibe entre aplausos un nuevo tren que llega de Copenhague y Malmö. Aquí el pelo rubio brilla por su ausencia, y los transeúntes de la estación caminan ajenos al recibimiento que los “nuevos suecos” -polémico término usado a menudo por los medios locales- hacen de otros inmigrantes que aspiran a ser también acogidos. Esparcidos por el suelo que pisan, hay varios ejemplares del diario gratuito Metro. Hoy confirma lo que otros medios han venido señalando. De producirse elecciones este mes, el partido de ultraderecha Demócratas Suecos rebasaría a la socialdemocracia que actualmente gobierna… Suecia, el país de Europa históricamente más comprometido con los refugiados (griegos y turcos en los sesenta; chilenos en los setenta; iraníes en los ochenta; kurdos y bosnios en los noventa…) parece querer decir basta a la llegada de nuevas almas. Sumamente alarmados por una llegada de mendigos roma que desde hace dos años se han situado en la puerta de cada centro comercial y supermercado, dicen en intención de voto lo que raramente osan a expresar mediante palabras. Sin embargo, y muy a pesar del actual estadio de neoliberalismo que atraviesa el país, también hay quien sigue apostando por la solidaridad que ha caracterizado a los suecos durante décadas. Una joven con rostro de Pippi Långstrump, tiene escrito en la espalda la palabra “abogada”. Presta ayuda a quien la necesite de forma anónima, y sin diferenciar entre inmigrante por motivos económicos o refugiado. “No puedo decirte mucho. Mi misión es sólo ayudar y no hacer preguntas a quienes necesitan ayuda”, asegura cautelosa. Suecia, un país de tradición neutral y experto en derechos humanos mientras exporta submarinos, lanzacohetes y aviones de combate, comienza a atragantarse por ver en casa los resultados del negocio armamentístico y su colaboración con una OTAN de la que finge no ser parte. La ropa de sus grandes marcas fabricadas en maquilas de Asia, o los muebles del hogar con nombres escandinavos manufacturados por países subdesarrollados delatan que en los últimos años se ha hecho mucho dinero a costa de la miseria ajena. ¿En qué medida está el país decidido a cambiar la suerte de estas víctimas?. De momento, por gasto y cuota, se podría decir que es proporcionalmente el país del mundo que más y mejor ayuda a los migrantes, aunque eso tampoco quiere decir que sea suficiente. El daño, ha sido enorme.

 

Situado estratégicamente en la entrada del McDonald´s, un joven piadoso llamado Mohamed tiene un letrero que dice “asistencia legal” en inglés y árabe. Ha venido desde Västerås para ayudar a las personas que acaban de llegar a la  T-Centralen y no saben a dónde se han de dirigir para solicitar ayuda o asilo. “Muchos no tienen ni idea de qué hacer. Están desorientados o mal informados”. Mohamed afirma que la mayoría son varones iraquíes, pues la mayor parte de los refugiados sirios encuentran una vía de auxilio accesible nada más llegar al sur del país. “Los iraquíes tienen difícil obtener permiso para quedarse aquí, pues Suecia reconoce a la región autónoma del Kurdistán y a la mitad sur del país como lugares donde sí se puede vivir seguro”. Mohamed además recuerda algo que no sólo desconocen muchos migrantes, sino la mayor parte de la sociedad europea: la Convención de Dublín y sus términos. En dicho acuerdo se reconocen los procesos de postulación de las personas que buscan asilo en la UE, y en ella se indica que el primer país comunitario por el que se transita es donde se ha de formalizar la ayuda. “Y como a muchos les han tomado las huellas dactilares en el camino aquí, tendrán que ir de vuelta a solicitar asilo donde se las han tomado, pues la Agencia de Migración sueca verá en el registro europeo que ya han sido digitados en otro país comunitario”. Otra de las grandes dudas que Mohamed tiene es la de la actual crecida del flujo humano. “Da la sensación de que alguien ha abierto el grifo por algún motivo que no acabo de comprender, aunque sin duda, tiene que ser político y conectado a la guerra”. Las apreciaciones sobre quién es responsable de qué en Oriente Medio son variopintas entre los solicitantes de asilo árabes, “porque cada refugiado y su drama es una verdad en sí misma”, acierta a decir Mohamed.

 

No obstante, valorándolos como auténticos iguales y no como meros sujetos a explotar por la geopolítica y sus expresiones mediáticas o humanitarias, los expertos recuerdan que todos los refugiados son mártires, pero no todos los mártires son santos. “La gente se deja llevar por los clichés de moda con la palabra refugiado, y la realidad es un poco más compleja. Por ejemplo, a veces se da residencia a personajes de dudosa calidad humana porque en su país de origen se tortura y no hay garantías de tener un proceso judicial justo, pero eso no quiere decir que ese refugiado no pueda ser un violador de los derechos humanos. Son cosas diferentes y asociar buen corazón a una persona por el mero hecho de escapar, es desconocer el derecho y la realidad”, advierte desde la reserva un funcionario público. Y como cabría esperar, este extremo es convenientemente deformado y magnificado por los grupos xenofóbicos y neonazis, los cuales, según la revista especializada en movimientos de ultraderecha Expo, han aumentado sus actividades de 2334 en el año 2013 a 2864 en el pasado 2014. Sin llegar al extremo de la agresión física que caracteriza a estos grupos violentos, existen ocasiones en las que es posible observar el descontento de algunos de aquellos suecos que están viendo el voto a la ultraderecha como una forma de contener la llegada de quienes buscan una vida digna. Así, en un programa de prime time emitido por la televisión pública, una mujer mostraba su “temor a perder un sistema que nos ha costado construir cien años”, y en un foro de Internet, unos jóvenes se preguntan, “¿cómo es que los hombres vienen aquí y no se quedan luchando por liberar su país?”. Son las dudas legitimas, nos gusten o no, de una sociedad tolerante pero confusa, y merecen ser escuchadas y respondidas con honestidad y audacia desde la izquierda, pues eludirlas o descalificarlas, como actualmente se hace, no da más que votos a la ultraderecha.

 

Tres africanos recién bajados del tren están en graves aprietos. Una vez más, son los grandes olvidados de esta crisis, pues muchos subsaharianos son inmigrantes en busca de un buen futuro y no califican como candidatos a asilo; vienen del hambre pero no la guerra. La narrativa actual de los medios parece haber interiorizado la retórica perversa del fenómeno “refugiados”, sin darse cuenta que de este modo se establecen categorías con las que las democracias liberales saben jugar bien sus cartas. Así, mediante la omisión y subordinación de unos dramas humanos respecto a otros se consigue desnaturalizar el fondo de injusticia que en realidad uniría a casi todos: Relaciones norte-sur desiguales sin mutuo y recíproco beneficio, intervencionismo de cuño militar y económico, expolio de sus recursos naturales, países vertederos y en definitiva, neocolonialismo, palabra prohibida en la prensa. Como Imperialismo, otro término de pésimo recibo, aún cuando define a la perfección la doctrina que ha producido gran parte de este genocidio.

 

Exhausta, una familia hace su aparición en el comedor improvisado por el colectivo Refugiados Bienvenidos. Vienen del norte de Afganistán, y una mujer se ha ofrecido a llevarles en coche al municipio de Märsta para poder solicitar ayuda. Son sus últimos kilómetros hasta encontrar un cauce humanitario que les brinde un techo donde poder dar el debido cobijo a sus dos hijos pequeños. “Los que más fácil lo tienen ahora son los sirios”, se escucha comentar a un grupito de migrantes que está comiendo. Y es cierto. Si aquellos que vienen de Siria pueden probar su identidad, obtienen permiso para quedarse y entran al sistema de acogida con todas las facilidades disponibles. Esta asistencia incluye recursos como ningún otro país del mundo, y muestra el mejor rostro del modelo escandinavo. Permiso de residencia permanente. Un dinero mensual hasta encontrar trabajo. Educación completa para los jóvenes. Alojamiento. Salud y dentista para todos los hijos hasta los dieciocho años. Curso intensivo de sueco y abono para el servicio de transporte público. Pero ahora, con un sistema saturado, la cantidad y calidad de lo que puedan recibir está en entredicho. Simplemente el procesar eficientemente las miles de solicitudes que llegan cada semana de forma creciente va a ser, para funcionarios y solicitantes, una nueva odisea, esta vez burocrática. Sirva el caso de los somalíes como ejemplo de lo lento y costoso que pueden llegar a resultar algunas gestiones. Al no contar estos con pasaportes por ser un país sin estado, comprobar su identidad es muy complicado, y lo es aún más si quieren optar al derecho de reunificación familiar, el cual, al no haber partidas de nacimiento o documentos nacionales de identidad, se viene verificando mediante pruebas de ADN.

 

“Cada caso es un mundo”, decía Mohamed. Y lo son. Algunos eritreos obtienen asilo si es que están en edad de servicio militar. Los iraníes también tienen posibilidades si se declaran homosexuales con un historial de activismo que los haya expuesto al público. Y así, cada caso es único e imposible de automatizar, requiriendo unos plazos, amén de unos medios materiales y humanos, que si no vienen respaldados por una financiación verdaderamente cuantiosa, abocarán a tensiones en las que los recién llegados serán, con creces, los peor parados. Y eso, sin tener en cuenta a los pobres del Sur que no pueden obtener asilo pero siguen y seguirán llegando a las puertas de Europa. De este modo, y sabiendo que quienes han provocado la desigualdad y sus guerras son los mismos que administran las cuotas y el dinero público, es difícil ser optimista. ¿No es de un cinismo atroz que quienes han facilitado la explotación y las injerencias se escandalicen ahora, cuando las víctimas de sus políticas llaman a sus puertas?

 

(Según la Organización Internacional para las Migraciones, sólo en lo que va de año, ya son 488.419 personas las que han cruzado el Mediterráneo, y 2872 las que han muerto o desaparecido en su paso)

 

 

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