Chile. Apuntes sobre la izquierda y el Día de las glorias del Ejército

 

POR FELIPE RAMIREZ, Resumen Latinoamericano /Perspectiva Diagonal / 24 de septiembre 2015“…Nadie duda de la necesidad de efectuar cambios profundos en nuestros hábitos políticos y administrativos, a fin de poner término a la fuga de nuestras riquezas y poder mejorar la triste condición cultural y económica en que vive nuestro pueblo. Y, ¿quién puede ofrecernos mayores garantías que el senador Allende que, por más de 30 años, se ha mantenido leal y convencido junto a las ideas socialistas, que significan un más justo reparto de las riquezas, para hacer menos pobres a los pobres?”. Comodoro Arturo Merino Benítez, en el discurso de proclamación del candidato del FRAP, Salvador Allende, el 15 de agosto de 1964 en el Teatro Baquedano ante el personal en retiro de las Fuerzas Armadas, Carabineros, Prisiones y Servicio de Investigaciones.

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Septiembre es un mes de fuertes contrastes en nuestro país. Si el 11 de septiembre carga la atmósfera con la exigencia de justicia para quienes sufrieron tortura, prisión, muerte o desaparición durante la dictadura civil-militar, para el 18 de septiembre la celebración patriótica de la primera junta de gobierno esconde todos los conflictos detrás de la cueca, la chicha y el asado.

Para la izquierda chilena es sin duda muy difícil aceptar una celebración que glorifica unas Fuerzas Armadas que durante su historia, sobre todo en el siglo XX, se volcó casi exclusivamente hacia la constante represión contra su pueblo, llegando a su punto álgido con el Golpe de Estado de 1973.

Es difícil separar las marchas de aire prusiano y los boinas negras cantando “Los viejos estandartes” con el corvo en el cinto, de los aviones de la FACH bombardeando La Moneda, o de los militares que intimidaban la naciente democracia durante el boinazo en 1993.

Como se dijo de manera clara durante la última conmemoración del 11, no existe democracia mientras vivan en la impunidad los responsables de crímenes y abusos a los Derechos Humanos. Por esa misma razón es que me parece que como parte del proceso de democratización del país y del aparato estatal por el que pugna el movimiento social desde hace años, es indispensable desarrollar un proceso de democratización de las Fuerzas Armadas, que permita dejar atrás el legado dictatorial y reencontrar a los uniformados con la sociedad civil.

Las distintas instituciones armadas se han caracterizado por ser una herramienta más en el control de la sociedad de clases, un brazo del Estado en la protección de los privilegios de una minoría del país, ya sea derribando gobiernos como reprimiendo manifestaciones. Son varios los listados de las diferentes matanzas protagonizadas por el ejército a lo largo del siglo XX

Sin embargo, nuestras Fuerzas Armadas nacieron con una impronta de liberación al calor de las luchas de la independencia, hermanadas con Argentina desde la campaña de Chacabuco y Maipú, y representantes de un incipiente internacionalismo en la campaña por la liberación del Perú.

Junto a chilenos y rioplatenses lucharon en la planicie de Chacabuco hombres de color, esclavos libertos de las provincias del Río de la Plata, y en la campaña para vencer a las tropas realistas en el Virreinato del Perú chilenos, argentinos y peruanos combatieron junto a tropas colombianas guiadas por Simón Bolívar.

Si bien esa impronta quedó relegada en un siglo XIX pleno en conflictos armados entre las nacientes repúblicas, también es cierto que ninguna institución es monolítica en su composición y su postura ante la realidad social. Si la oficialidad naval se cuadró con el Congreso para derribar a Balmaceda durante la guerra civil de 1891, la mayoría del ejército permaneció fiel al Presidente.

El Comodoro Arturo Merino Benítez, el Coronel Marmaduke Grove y el Almirante Arturo Fernández Vial –amigo de Gabriela Mistral y héroe del Combate Naval de Iquique- son sólo algunas de las figuras que durante la primera mitad del siglo XX sirvieron de referentes para parte de la izquierda desde el interior de las Fuerzas Armadas.
LOS MILITARES CONSTITUCIONALISTAS

Tras la elección de Allende y antes de que el Congreso ratificara su triunfo en las urnas, el General René Schneider defendió con valentía la Constitución de 1925 y la soberanía popular sobre sus gobernantes.

Así, ante las presiones de la derecha porque el ejército interviniera para impedir la elección del líder socialista, el Comandante en Jefe enfatizó en el rol de su institución como garantía de la normalidad en la elección ya que “nuestra doctrina y misión es de respaldo y respeto a la Constitución Política del Estado”[1], afirmando en septiembre que las Fuerzas Armadas debían apoyar hasta las últimas consecuencias al Presidente decidido por el Congreso Nacional. Su firme oposición a quebrar la Constitución provocó su asesinato por un comando de la agrupación Patria y Libertad, con el apoyo de la CIA, en un intento por desestabilizar el país.

Su sucesor en el cargo, el General Carlos Prats, se mantuvo firme a sus convicciones democráticas, por lo que fue alevosamente atacado por sectores de la derecha autodenominada “patriótica” y “nacionalista”. Irónicamente estos mismos fueron los militares traidores los que entregaron el país al capital transnacional.

Cuando la conspiración golpista avanzaba a paso firme hacia su trágico desenlace fueron suboficiales de la Armada quienes se organizaron y dieron la voz de alerta ante lo que se fraguaba entre la derecha y parte de la oficialidad. Conocidos son los casos entre miembros de Carabineros, Investigaciones y las tres ramas de las Fuerzas Armadas de quienes se opusieron al Golpe y pagaron con su vida su postura.

Así, el General Alberto Bachelet murió tras ser interrogado y torturado en la Cárcel Pública en 1974, el General Prats murió en un atentado en Buenos Aires organizado por la DINA, el Mayor Mario Lavanderos fue asesinado por liberar del Estadio Nacional a 68 presos uruguayos y bolivianos, el conscripto Michel Nash se negó a fusilar prisioneros y fue muerto a los 19 años en Pisagua, el cabo segundo Carlos Carrasco fue asesinado a cadenazos en Villa Grimaldi, los oficiales de marina Juan Calderón y Juan Jiménez fueron asesinados el 29 de septiembre de 1973 en Pisagua, por mencionar sólo algunos casos.

En la FACH 700 funcionarios, militares y civiles –casi un 10% de la dotación total- fueron investigados y torturados poco después del Golpe de Estado, mientras que en Carabineros hubo al menos 150 exonerados o dados de baja.

El 11 de septiembre no hubo un pronunciamiento militar, hubo una traición por parte de un grupo de oficiales comprometidos con los sectores dominantes del país a su juramento de defender la Constitución, que se saldó con la prisión, muerte y tortura de cientos de sus compañeros de armas así como la desaparición, exilio, tortura y asesinato de miles de militantes de izquierda y partidarios del gobierno.

Las amenazas de extirpar el cáncer marxista por parte de uno de los cabecillas del alzamiento, contrastan con la claridad del martirizado general Prats, quien en una entrevista a la Revista Ercilla el 29 de septiembre de 1972 identificaba en la oposición a un sector empresarial y profesional respaldado por los medios de comunicación y una mayoría parlamentaria.

Frente a ellos y sus intentos por quebrar la disciplina castrense, el entonces Comandante en Jefe, fiel a la doctrina Schneider, oponía la solidez doctrinaria y disciplinaria de los cuadros institucionales, recurso supremo de garantía de la unidad de las Fuerzas Armadas ante las agresiones golpistas.

“Estoy realmente orgulloso de la estoica respuesta de nuestros soldados, suboficiales y conscriptos, que se han entregado en cuerpo y alma a la causa común(…) nuestro deber ineludible es apoyar lealmente al gobierno Constitucional”.

Queda pendiente un análisis de lo que falló en la relación entre el gobierno de la Unidad Popular y las FF.AA., y en cómo revertir hoy la brecha existente entre los militares y el pensamiento democrático. Esto, con la claridad de que el Estado y las instituciones armadas no son cuerpos homogéneos, sino espacios en disputa, donde la izquierda tiene el deber de asumir una posición en el actual período, en donde la defensa de la soberanía popular y la lucha por la democratización de nuestro país es central, bajo el riesgo de entregar las instituciones armadas en bandeja de plata a la derecha.
HACIA UNAS FUERZAS ARMADAS PARA TODO CHILE

“Soldado, la patria es la clase trabajadora”. Esa frase sobre un fondo de la bandera chilena era la portada del número 192 de la revista Punto Final, publicada por coincidencia el 11 de septiembre de 1973. 42 años después mantiene la misma urgencia la necesidad de construir una lectura desde la izquierda sobre nuestro país y nuestras Fuerzas Armadas.

Frente a la historia que muestra a los militares como una “guardia de korps” de los privilegios de la oligarquía nacional, creo que es importante recuperar la historia de aquellos militares que entendieron que los intereses de nuestro país coinciden con los de nuestro pueblo, y que no hay mayor compromiso patriótico que haber defendido a los indefensos ante la brutalidad de la reacción conservadora.

La derecha chilena se apropió del discurso patriota hace mucho tiempo, sin embargo fueron ellos los que se aliaron con una potencia extranjera para derribar un gobierno constitucional y subordinaron nuestra economía a grupos económicos internacionales, amén de integrar a algunos empresarios nacionales en las cadenas productivas y comerciales regionales.

Por el contrario, desde la izquierda tenemos pendiente tareas urgentes si queremos transformarnos de manera concreta en una alternativa de poder en Chile.

Tenemos que combinar la exigencia de justicia y fin a la impunidad con la implementación de reformas democráticas en las Fuerzas Armadas y en la justicia militar. Escuelas matrices únicas integradas en el Sistema Nacional de Educación Pública, una nueva doctrina de defensa, escalafón único que termine con la discriminación de clase en su interior, reforma de Gendarmería para que pueda desarrollar su misión de reinserción de los presos, revisión de los protocolos de acción de Carabineros ante manifestaciones masivas, fin al envío de militares a la antigua Escuela de las Américas, son algunas medidas importantes que desarrollar.

Esto debe ser complementado con el cuestionamiento a la política represiva que el Estado ha aplicado en la Araucanía a través de Carabineros en contra de las comunidades mapuche, prefiriendo asumir el conflicto como un tema de seguridad pública y no como un conflicto eminentemente político.

Por otro lado, de manera indudable existe un tímido avance en cuanto a la aceptación de homosexuales en sus filas, sobre todo tras la aprobación de la llamada “Ley Zamudio” en 2012. Esto se vio reflejado en que el 2014 la Armada entregó autorización para que un marino hablara públicamente sobre el tema, y existe una mesa conjunta entre las FF.AA. y el gobierno desde inicios de 2014 para trabajar el tema. Sin embargo, según sondeos, el 90% de la “familia militar” rechaza esta situación, lo que da cuenta del trabajo que está pendiente en la materia.

Que nadie se engañe. Queremos lo mejor para nuestro país porque entendemos que sus intereses son los de nuestro pueblo, y que nuestro destino está unido al de nuestros hermanos latinoamericanos.

Ser patriota en el Chile del siglo XXI no implica ser de derecha, saberse de memoria “Adiós al Séptimo de Línea” o “Los viejos estandartes” y defender la dictadura de Pinochet. Ser patriota es defender la soberanía de nuestro pueblo sobre nuestro país ante la injerencia de los capitales extranjeros, comprender la necesidad de la integración regional abandonando todo prejuicio racista sobre nuestros hermanos latinoamericanos como forma de fortalecer nuestra posición en el concierto mundial, recuperar nuestros derechos y buscar un mejor futuro para nuestro país y nuestros pueblos.

El 19 de septiembre no recordamos a las Fuerzas Armadas de la DINA y la CNI, sino que a los valientes que en la noche de la dictadura defendieron con valentía la dignidad de nuestro país. Ese “pueblo de uniforme” que vendió cara su vida en defensa de su juramento.

[1] El Mercurio, 8 de mayo de 1970.
PerspectivaDiagonal

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