Juan Pablo Martínez, Roberto Fernando Cóceres y Víctor Guillermo Meza, quienes lo torturaron, fueron condenados. A Juan José Mancel le dieron dos años de prisión en suspenso por encubrimiento. A Martín Vallejos, Javier Enrique Andrada y Juan Fernando Moriñigo los absolvieron. El tribunal inhabilitó a los penitenciarios condenados a ejercer cargos públicos. El 30 de junio se conocerán los fundamentos.

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Cuando faltaba una semana para el día del cumpleaños del joven, los penitenciarios le prometieron un regalo. “Es hermoso, nunca te lo vas olvidar”, le dijeron. La familia consiguió permiso para festejar los 20 de Brian en el penal Marcos Paz. El 15 de julio de 2011 los papás, las dos hermanas y dos de sus sobrinos estuvieron con él durante dos horas: un tercio del tiempo que les cuesta visitarlo -tres horas de ida y otras tres de vuelta-. Liliana, la mamá, se ocupó de comprar los sandwichitos, las gaseosas y una torta en un lugar en el que le dieran ticket. Sabe que si no presenta el papelito, la comida no entra al penal.

Al día siguiente, Liliana volvió a ir porque le faltó llevar lo que su hijo necesita todas las semanas: milanesas, fideos, ensalada de papa y huevo, jabón para el cuerpo, otro para lavar la ropa, fiambre, frutas. Cuando estaba llegando vio que había mucho movimiento, gente que corría y humo.

– ¿Qué pasa acá? ¿Qué festejan? – le preguntó al hombre que manejaba la combi que entra al complejo.

– Hoy es el día del servicio penitenciario.

– Ah, felicitaciones – respondió Liliana con desgano y algo de ironía.

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Ese día vio a su hijo contento porque había conseguido permiso para ver el partido Argentina-Uruguay por la Copa América. Los agentes les pidieron a los familiares que la visita terminara antes que lo previsto. Liliana se fue cerca de las cinco con una fea sensación: por el vidrio a través del que controlan las visitas había visto a dos penitenciarios tomando vino. En el viaje de vuelta le agarró taquicardia, se le secaba la boca, se puso pálida y le tuvieron que ceder el asiento. Algo andaba mal.

“Ese día jugaba Argentina-Uruguay y supuestamente nos habían dejado verlo. Pero fueron a mi celda y me dijeron que me quede tranqui, con la Playstation. Al rato me vinieron a buscar entre cinco y me dieron una trompada en la boca para que reaccione. Y reaccioné. Me llevaron en el aire, me pusieron contra la pared y me hicieron el famoso pata-pata. Estaban todos en pedo porque era el día del penitenciario y habían tomado. Me pegaron en la planta de los pies. Se secaban la frente, tomaban tereré y me seguían pegando. Me engancharon los pies con las manos en posición de chanchito. Se acercó uno y me puso un encendedor. ‘Esto es para vos’, me dijo mientras mantenía la llama prendida. Me dieron palazos. Yo no sentía las piernas. Solamente trataba de seguir respirando.

Después me alentaban para que me parara y me abuzone. Tenía que caminar un trayecto de casi dos cuadras. Lo llaman la carrera del toro: me pusieron la frente contra el piso y me llevaban así, para que me duelan más las piernas. La primera vez que lo intenté me caí de cara al piso. La segunda, también. ‘¡Dale, Núñez!’, me gritaban. Yo no podía. Me llevaron arrastrando a los buzones. Los chicos que estaban ahí empezaron a gritar ‘dejen de pegarle’, ‘déjenlo’, ‘vamos a quemar todo’. Y tuvieron que parar un poco.

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Me desvistieron y me mandaron a duchar. ‘¿Cómo hago?’, pensé. Me empecé a arrastrar sentado y haciendo con las manos como si fueran un remo hasta que llegué a la ducha. Los penitenciarios dicen que el agua fría disimula los moretones. Entonces me tuvieron dos horas bajo el agua fría. Después me ordenaron que salga y me seque. Todos los pibes de los buzones me alcanzaban toalla. Me miraban y ponían caras de ‘¿Qué te hicieron?’. Cuando logré secarme los penitenciarios me mandaron a bañar de vuelta y, más tarde, me tiraron en una celda con vidrios rotos en el piso. Me tiraron como una bolsa de basura. Yo seguía sin sentir las piernas. Insulté, grité y me puse en posición fetal bajo la ventana. Traté de no enfriarme el pecho y estar bien.

Me volvieron a buscar, me hicieron bañar de nuevo. Las duchas son como el botón de Mc Donald´s  que tenés que mantener apretado para que salga agua. Tenés que tener un brazo constantemente para arriba. Me subieron a una ambulancia. Cuando me vio la doctora puso cara de ‘no lo puedo creer’. También me vio un encargado del pabellón que me preguntaba sin parar ‘Núñez,¿sos vos?’. No me reconocía. Yo le decía que sí” [Relato de Brian a Cosecha Roja]

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Al día siguiente había visita y Brian no sabía qué hacer. En general, solía mentir cuando los penitenciarios lo golpeaban.

– ¿Qué te pasó?

– No, nada, es que jugamos al fútbol

No le quería decir a su mamá que, antes de cada visita, lo molían a palos. “Cuando me enteré me arrepentí de ir a verlo. Pobre, era un suplicio para él”, dijo Liliana. Brian estaba amenazado: si contaba, le pegaban más. Entonces se bancaba los bastones en los tobillos, las manos y la cabeza. Se bancaba que lo pusieran contra la pared y que presionaran hasta que gritara que no tenía más aire.

– Soy yo, mami- dijo Brian.

Liliana lo miraba. No lo reconocía: el joven de la silla de ruedas, la cara desfigurada, los ojos ensangrentados y la boca rota era su hijo. Le daba miedo tocarlo, no quería que le doliera. Pero no aguantó y lo abrazó. “¿Qué pasó, hijo?”, le dijo al oído. Brian bajó la mirada. No podía decir nada porque un agente del servicio penitenciario controlaba la conversación.

“No me entraban las zapatillas. Tenía el pie rojo, azul, amarillo, negro. Tenía coágulos de sangre, quemaduras, ampollas. Los ojos los tenía oscuros de las patadas que me dieron. No sabía qué decirle. Entonces me quedé callado y ella me empezó a revisar” [Relato de Brian a Cosecha Roja]

Liliana hizo la denuncia y Brian logró llevar a juicio a los oficiales que lo torturaron. Contó todo lo que había pasado y las fotos de las heridas lo comprobaron. “Estoy contento y me parece que esto es importante por los que ya no están y por los que no pudieron denunciar”, dijo Brian que sigue detenido en el HPC Sur de Ezeiza. “No sé cuánta faltará para que me vuelva a pasar algo. Huelo hasta la comida. Entro a la celda y reviso todo”, contó.

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El fallo de hoy es histórico: por primera vez los agentes del SPF son condenados por torturas. Durante la audiencia Brian estuvo acompañado por la mamá, los familiares, amigos y el Movimiento Evita, Nuevo Encuentro y la Campaña Nacional contra de la Violencia Institucional. Leonardo Grosso -diputado Nacional del FPV y coordinador la Campaña- dijo: “Necesitamos seguir trabajando como se viene haciendo desde el Gobierno Nacional en políticas que permitan que los pibes que llegan a situaciones de encierro tengan una nueva oportunidad”.

Brian lloró al escuchar la sentencia, su novia Cecilia también. “Estábamos muy nerviosos, había mucha tensión y, al final, se hizo Justicia y él pudo descargar. Hacía cuatro años que tenía todo esto guardado”, dijo a Cosecha Roja Cecilia. Liliana, la mamá, se puso contenta cuando vio que los penitenciarios salían del recinto esposados.

Fotos: Facundo Nívolo