País Vasco: El legado de un revolucionario, Argala.

por Rafael Narbona.- Hace unos días, cometí la imprudencia de ver los dos capítulos de la miniserie El asesinato de Carrero Blanco, dirigida por Miguel Bardem y coproducida por TVE, ETB y Boca Boca Producciones. Se estrenó en 2011 y redunda en las hipótesis que atribuyen el atentado a una compleja trama, con infinidad de hilos políticos. La tesis de la miniserie es que ETA no habría logrado su objetivo, sin la ayuda –directa o indirecta- de la CIA, la OAS y ciertos sectores de la dictadura, que deseaban reformar el régimen desde dentro para frenar el descontento social y conseguir la entrada de España en el Mercado Común Europeo. Algunos consideramos poco probable que Henry Kissinger organizara en esas fechas el golpe de estado contra Salvador Allende y se implicara simultáneamente en la liquidación de Carrero Blanco. Tampoco parece muy probable la colaboración entre la OAS y ETA. De hecho, el Batallón Vasco Español y el GAL se nutrieron de mercenarios de las OAS. Quizás lo que se pretende ocultar con estas teorías es la vulnerabilidad del Estado, al menos en esos años. Al margen de especulaciones, la miniserie retrata a los integrantes del “Comando Txikia” como unos rufianes malencarados, lo cual resulta particularmente indignante en el caso de José Miguel Beñaran Ordeñana, “Argala”, interpretado por Unax Ugalde. Todos los testimonios que se conservan destacan su sentido ético y su carácter solidario y comprometido. Eugenio Etxebeste, “Antxon”, escribe: “Poseía una humanidad desbordante, alejada de todo signo extremista o fanático. La violencia suponía un reto moral permanente en sus convicciones filosóficas de Justicia y Libertad. Hasta su fisonomía, ligeramente enfermiza, contradecía la grandeza y amplitud de un espíritu forjado en el sacrificio y la dedicación plena al servicio del pueblo trabajador vasco”.
Es imposible hablar de Argala sin hablar de Eva Forest, que mantuvo una estrecha amistad con él. Nacida en el seno de una familia anarquista, Genoveva Forest Tarrat estudió medicina y sociología. Casada con Alfonso Sastre, ambos se opusieron a la dictadura franquista desde las filas del PCE. Eva viajó a Cuba y Vietnam, adoptando un firme compromiso con los movimientos de liberación nacional. Apoyó las huelgas de los mineros asturianos, las reivindicaciones feministas y las protestas estudiantiles. La solidaridad con los encausados en el Proceso de Burgos ejerció un papel determinante en su ruptura con el reformismo del PCE y su acercamiento a la izquierda abertzale. Se presume que colaboró con el “Comando Txikia” en el atentado contra Carrero Blanco. Sus relaciones con el independentismo vasco le permitieron entrevistar a los activistas de ETA que habían ejecutado la acción y reflejar sus conversaciones en Operación Ogro, una obra que publicó en Francia la editorial Ruedo Ibérico. Acusada de participar en el atentado de la Calle del Correo, pasó tres años en la prisión de Yeserías, no sin haber sufrido la experiencia de la incomunicación y la tortura. Excarcelada gracias a la amnistía de 1977, se instaló en Fuenterrabía con su marido. Elegida senadora de Gipuzkoa por Herri Batasuna, colaboró habitualmente con Gara y Egin, escribió varios libros y fundó la editorial Hiru, con el propósito de publicar en ediciones baratas textos de literatura política. Eva Forest jamás advirtió ninguna contradicción entre el internacionalismo y los movimientos de liberación nacional. Su experiencia en Cuba y Vietnam le enseñó que el nacionalismo y el internacionalismo no estaban reñidos: “…en la medida en que nos solidarizábamos con otros pueblos, nos hacíamos internacionalistas e íbamos entendiendo mejor nuestros problemas nacionales. Y cuanto más conocíamos estos problemas nacionales mayor era nuestro internacionalismo”. Eva conoció personalmente a Argala cuando había llegado a la conclusión de que “la violencia revolucionaria no es deseable, pero resulta imprescindible en muchos movimientos de liberación nacional”. Argala es el primer militante de ETA al que conocen Eva Forest y Alfonso Sastre. A los dos les impresiona favorablemente. “Era un hombre muy sensible –escribe Eva-, muy atento a los problemas humanos de quienes estaban a su alrededor, captaba en seguida las situaciones y tenía una gran capacidad de análisis […]. Su inteligencia era grande, siempre estaba reflexionando, planteándose dudas, corrigiendo errores, pidiendo pareceres, creando espacios para el diálogo; su firme convicción en los objetivos por los que luchaba le permitía ser extremadamente flexible”. En esa época, Eva contempla con asombro que algunos elogien la resistencia del pueblo vietnamita o la actividad revolucionaria de las guerrillas de América Latina y condenen los mismos métodos aplicados a la lucha del pueblo vasco. Alfonso Sastre se mueve en la misma línea, plenamente identificado con la causa abertzale y sin escatimar palabras de admiración hacia la figura de Argala: “Era un hombre que se borraba a sí mismo mientras hablaba, que se autodifuminaba, que se quitaba a sí mismo toda importancia, como si retirara su firma de todo su pensamiento, colectivizándolo; en realidad, devolviéndolo a sus orígenes, el pueblo trabajador vasco, en el que residía la fuente de toda su inspiración… como hombre de letras y de armas. […] Era un verdadero gudari. Su figura era el perfecto ejemplo de que la violencia revolucionaria es lo contrario de la brutalidad, y la prueba incontestable de que los guerreros revolucionarios son precisamente los verdaderos militantes de la paz”.

En el prólogo que escribió para la biografía de Argala elaborada por Iker Casanova y Paul Asensio (Argala, Txalaparta, 1999), Eva Forest apunta que el militante abertzale le cautivó desde el primer momento. “Hay gentes a las que uno ama y no sabe cómo ha ocurrido. […] Al Moro [uno de los apodos de Argala] le quisimos siempre, desde el primer día”. Por su sinceridad, por su honestidad, por su sencillez. Su prematura muerte no ha borrado su capacidad de movilizar a un pueblo y de contagiar su entusiasmo a cualquier nación o clase social oprimida que sueña con su liberación. Al igual que el Che, su figura no ha cesado de crecer desde que un grupo parapolicial acabó con su vida el 21 de diciembre de 1978, colocando una bomba en los bajos de su Renault 5 naranja. Argala murió en Anglet, con sólo 29 años. En el atentado participaron militares de los tres cuerpos del Ejército Español, la Guardia Civil, agentes del CESID (más tarde CNI) y mercenarios de la OAS, la triple A y neofascistas italianos. Todo sugiere que Rodolfo Martín Villa, Ministro de Gobernación, ordenó y coordinó la represalia por la muerte del almirante Carrero Blanco, pero nadie ha mostrado interés en abrir una investigación judicial que revelaría hasta qué punto el terrorismo de Estado es una estrategia profundamente arraigada en los sucesivos gobiernos de la democracia española. En su emotivo prólogo, Eva evoca un paseo con Argala por un Retiro otoñal y una fugaz visita al Museo del Prado para enseñarle El paso de la laguna Estigia, la obra más famosa del pintor flamenco Joachim Patinir. “Todo anuncia un despertar placentero –escribe Eva-, pero ese barquero que llega a contraluz es inquietante. Viene de frente, como solía decir Bergamín que venía la muerte”. Su incansable tránsito, buscando nuevos viajeros, refleja “ese difícil equilibrio entre la vida tan amada y la muerte inevitable que no perdona. Es como si hubiera hecho el viaje en dirección contraria: de la muerte a la vida”. Argala escuchó a Eva en silencio y, al salir del Prado, comenzó a hablar de la muerte desde la perspectiva del que sobrevive a los amigos prematuramente desaparecidos. Habló de sus compañeros asesinados por las Fuerzas de Orden Público, muchas veces cuando sólo eran adolescentes. Por entonces, Argala apenas superaba los veinte años, pero se expresaba con una enorme madurez y clarividencia. Ya había asumido su muerte como algo cercano e ineludible, pero la posibilidad de ser torturado le aterraba. Sabía que casi todos los seres humanos se derrumban en esas circunstancias y no se le ocurría ningún reproche ni objeción moral. Ya se había acostumbrado a la clandestinidad y a no poder llevar una existencia normal, con lazos afectivos convencionales y libertad de movimientos. Pensaba que los más jóvenes debían mentalizarse poco a poco antes de implicarse en la lucha clandestina. No era partidario de un compromiso basado en lecturas indigestas y frases grandilocuentes. El compromiso debía surgir de “un acercamiento más humano, más lógico y vital”. Eva Forest y Argala acabaron esa mañana hablando de libros y elaborando una lista de títulos imprescindibles para reunir una buena biblioteca. “Fue un día muy especial –anota Eva- porque a partir de un cuadro y al hilo de la muerte terminamos hablando de la vida, de una vida nueva y distinta, que ambos creíamos posible”.

Después del asesinato de Argala, Eva soñó que se reencontraba con su amigo en el cuadro de Patinir. Forest le había confesado que ese cuadro era su secreto, algo muy personal que atesoraba en su interior desde los dieciséis años. Argala no era un apasionado de la pintura. Le gustaba más la música y la literatura, pero durante su visita al Prado se fijó en El Jardín de las Delicias, particularmente en la tabla dedicada al Infierno, tal vez porque advirtió en esa sección el mismo sufrimiento de un mundo destruido por el capitalismo y el imperialismo. En el sueño de Eva Forest, Argala disipaba cualquier ilusión sobre la inmortalidad, afirmando que no existía nada después de la muerte. Sin embargo, la vida de Argala nunca se ha extinguido en la memoria de un pueblo dividido por fronteras artificiales. La reacción popular después de su muerte revela el afecto que le profesaba la mayor parte del pueblo trabajador vasco. La policía española ocupó Arrigorriaga, su localidad natal, para impedir que las miles de personas concentradas en las diferentes vías de acceso no pudieran participar en los actos de homenaje. Sólo unos pocos logran burlar el cerco. Ante la presencia de 4.000 agentes de las Fuerzas de Orden Público, los Beñaran deciden que sólo la familia y unas pocas figuras de la izquierda abertzale asistan al funeral y al entierro. Piden que los vecinos se retiren a sus casas y cierren las puertas y las ventanas en señal de luto. Arrigorriaga se convierte en un pueblo fantasma. Todos los comercios echan el cierre. El féretro de Argala cubierto por una ikurriña avanza en mitad de un silencio sobrecogedor. Aparte de la madre y los hermanos, acompañan a la comitiva Txomin Ziluaga, Santi Brouard, Telesforo Monzón y Alfonso Sastre. “Agur José Miguel y agur Argala. En medio del combate a los dos os quise y a los dos os saludo”, escribió Telesforo Monzón.

A principios de diciembre de 1978, Argala realizó una grabación a petición del comité pro-amnistía de Arrigorriaga. Durante media hora, habló con su mezcla de timidez y determinación, sin lograr reprimir su característica tos seca. Son palabras pronunciadas en el umbral de su muerte y que pueden interpretarse como un verdadero testamento político y vital. Algunas reflexiones son proféticas y pueden aplicarse al presente: “Creo que la Reforma política […] es un intento de la burguesía española para dejar todo como estaba en tiempos del franquismo, pero dándole un aspecto más democrático”. La crisis que empezó en 2008 ha sacudido las conciencias y cada vez son más los que piensan que la Transición sólo fue una estafa. No se puede hablar de democracia en un país donde persiste la tortura y hay mil fosas esperando su exhumación, con los restos de más de 100.000 personas, eso sin mencionar las enormes desigualdades sociales o la inexistencia de grandes medios de comunicación realmente independientes. “Quien promete que va solucionar los problemas –continúa Argala- siempre miente, el único que puede solucionar los problemas del pueblo, el único que puede solucionar los problemas de los trabajadores es el propio pueblo, son los propios trabajadores”. Imagino que la marea de indignación ciudadana que ha recorrido el Estado español en los últimos cinco años suscribiría estas palabras, por lo menos hasta que alguien le indicara que procedían de un dirigente de ETA. Tampoco creo que discrepara con las últimas frases de la breve alocución ante un magnetófono: “Sólo un pueblo organizado puede conseguir los objetivos por los que lucha o a los que aspira. […] ¡Ánimo! ¡A organizarse y pelear!” El legado de Argala es la voluntad de resistir a la dominación capitalista, que esclaviza a los pueblos y a los individuos. Es posible crear un mundo más humano, con libertad y dignidad para todos, pero esa utopía sólo puede realizarla la voluntad popular y no una élite política que tenderá a encaramarse en el poder y a conservarlo a cualquier precio. Sin el protagonismo del pueblo en todas las fases de la vida colectiva e institucional, no habrá una convivencia pacífica y verdaderamente democrática. “Hay que pisar barro y no alfombras”, afirma Periko Solabarria, cura obrero y abertzale. Creo que ninguna frase resume mejor la herencia de un joven vasco comprometido con el socialismo y la autodeterminación de los pueblos. Algunos intentarán difamar su figura o la deformarán grotescamente, como la serie de Miguel Bardem, pero muchos opinamos que Argala encarna las mejores virtudes del revolucionario. Igual que el Che. Los dos son auténticos focos de vida y esperanza.

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Argala por él mismo:
“Quien promete que va solucionar los problemas siempre miente, el único que puede solucionar los problemas del pueblo, el único que puede solucionar los problemas de los trabajadores es el propio pueblo, son los propios trabajadores” Argala.
“Hay que pisar barro y no alfombras” Argala.

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