Venezuela: Manos obreras para construir el futuro

Leandro Albani (desde Caracas) – Todos recuerdan el instante: dos y cincuenta de la tarde del 5 de mayo de 2011. En ese preciso momento, el presidente Hugo Chávez firmó el decreto de expropiación del terreno por el que tanto habían luchado, casi dos hectáreas ubicadas en la zona de La California, en plena Caracas. Hasta entonces, el grupo de vecinos y vecinas tenía varios años reclamando el lugar, en poder de la Iglesia Universal “Pare de Sufrir”. Pero cuando la rúbrica presidencial los redimió, los llantos y festejos se mezclaron con abrazos, y comenzó un nuevo desafío: la construcción de viviendas para quienes las necesitan.

Desde afuera, en la avenida Francisco de Miranda, se contempla cómo los siete edificios que albergan 208 apartamentos van subiendo a fuerza de manos obreras. Cuando el portón rojo de la esquina se abre, solamente queda dejarse llevar por el Campamento de Pioneros-Comunidad Socialista Francisco de Miranda.

Tres obreras son las encargadas de un recorrido por los bloques mientras nadie deja de trabajar. Subimos una rampa de tierra, al costado de las terrazas en las cuales se levantan los edificios. Los apartamentos, todavía en proceso de construcción, son amplios y con grandes ventanales. Una niñita de apenas seis años, trenzas que le anudan todo el cabello y con voz tímida, dice que quiere vivir arriba, en lo más alto. Levanta la vista, señala y antes de correr hacia abajo, dice: “Esa es mi casa”.

De baldío a comunidad

“A punta de machete limpiamos el terreno, porque esto era monte arriba”, recuerda Limina Santaella, una de las impulsoras del proyecto. Con contradicciones, discusiones, esfuerzo y organización, los miembros del Campamento pusieron, literalmente, manos a la obra. Y siempre regidos por una disciplina que permite eficiencia y control.

En una de las paredes de la oficina de administración, la cartelera marca los nombres de los obreros y las obreras, y si cumplieron con sus doce horas semanales de trabajo voluntario, además de su participación en la asamblea general que realizan todos los viernes, al finalizar la jornada laboral.

En el Campamento, la autogestión es la principal arma para construir y las mujeres son la punta de lanza a la hora de levantar paredes o mezclar cemento. Del total de trabajadores, quinientas son mujeres. De los diez delegados que tiene el campamento, uno sólo es hombre.

Yulimar Martínez, otra de las impulsoras del proyecto, rememora que ocho años atrás, cuando comenzaron con el reclamo del terreno, todo era difícil. “Estábamos trabajando cada uno por su lado -señala-, no nos conocíamos, y por la necesidad de vivienda que teníamos empezamos a organizar un grupo de gente para tomar este espacio. Todavía no existían los Consejos Comunales, estábamos en Revolución pero no había ningún mecanismo para obtener la tierra”. A esto había que sumar otro problema: vencer a la Iglesia Universal “Pare de Sufrir”. “Con ellos sí fue dura la pela porque estaban dentro del espacio, tenían maquinarias, tenían planos de lo que querían elaborar. Y nosotros aquí sin real y sin nada, peleando contra esa transnacional religiosa”, resume Yulimar.

Al poco tiempo de iniciar los reclamos, los vecinos y las vecinas se acercaron al Movimiento de Pobladores y Pobladoras (MPP), al cual ingresaron luego de reuniones y debates. De esta manera su lucha se impregnó de una visión más amplia. “Vimos que las luchas de ambos eran iguales, era por la tierra, por un espacio en la ciudad para la gente a la que siempre han tenido arrimada, a las orillas de las quebradas o en los cerros más altos”, indica Yulimar.

En la actualidad, el MPP tiene 52 Campamentos de Pioneros en todo el país, de los cuales 16 están ubicados en Caracas. Más allá de diferencias mínimas en las formas organizativas, todos se basan en la autoconstrucción, la formación política y una premisa simple: el desarrollo de hombres y mujeres nuevas para la sociedad.

Discusión y organización

Cuando los vaivenes burocráticos fueron superados y los vecinos y las vecinas ingresaron al predio, no sólo se inició el proceso de construcción, sino que el desafío principal fue la organización. Limina lo sintetiza en una frase: “Pegar bloques es difícil, pero más difícil es crear organización”.

En el Campamento se formaron núcleos de base para definir responsabilidades, que van desde la misma construcción hasta la elaboración de las comidas para los trabajadoras y trabajadoras, o la seguridad del espacio. También se definió qué tipo de construcción se realizaría. “En la empresa privada, o en lo común de la construcción, se estila que contratas al grupo de arquitectos e ingenieros, entonces montan una propuesta y listo -explica Limina-. Aquí no fue así, porque las familias se sentaron a debatir cómo querían que fueran las estructuras y cómo sería la distribución interna. Hicimos once talleres de diseño participativo para que saliera este bebecito que vemos aquí. De esos talleres salieron tres propuestas, las cuales se debatieron en asambleas y quedó la que estamos levantando”.

Financiado por el Estado venezolano, en el Campamento deben presentar auditorías y resultados concretos de manera periódica para que el dinero de la obra sea entregada por partes, hecho que hasta ahora funciona sin demasiados obstáculos.

Al preguntar a cualquiera de los obreros y las obreras cuál es el motor más importante del proyecto, la coincidencia suena en una sola palabra: asamblea. Limina y Yulimar reconocen que organizar a los vecinos no es fácil, que los problemas existen y que el nivel del compromiso varía entre las personas. “El entendimiento colectivo siempre es difícil en una casa, imagínate con doscientas familias”, asume Limina.

“En las asambleas decidimos todas las cosas que se van a hacer dentro del Campamento -relata Yulimar-. Muchas veces la gente no entiende la política de la autogestión y la autoconstrucción. Ahora con la Misión Vivienda el gobierno les da a los que no tienen nada, a los damnificados, les entrega una vivienda equipada, la gente no hace nada, están sentados en el refugio esperando que papá Estado les construya la casa, se las equipe y les dé un mercado para que coman. Esta política que nosotros implementamos como Campamentos de Pioneros es lo contrario. Aquí la gente se organiza y tiene que luchar juntos, unidos para tener una vivienda, y entre ellos mismos crear las cosas y no esperar que venga nadie a hacerlas”.

En las asambleas semanales, remarca Yulimar, se tratan temas operativos y políticos, donde se evalúa, se profundizan cuestiones y se liman asperezas. “Aquí hay un tema de propiedad pero colectiva. Tenemos derecho de uso del espacio y no que mañana quiera vender mi espacio. Tenemos cine-foro, hemos hecho talleres de convivencia, ahora queremos hacer un encuentro de mujeres. Somos mujeres y este trabajo es muy fuerte, más el trabajo que tenemos en la casa, entonces necesitamos un espacio para liberar un poco el peso que llevamos. No es fácil mantener contento a todo el mundo. Algunos quieren verde y otros azul, entonces tenemos que unificar así da un color bonito, o lograr en colectivo para llegar a un consenso”, finaliza Yulimar.

(Publicado en la edición Noviembre-Diciembre del periódico Resumen Latinoamericano)

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